Alejandrina Calderoni

Alejandrina Arreola Guerrero, mejor conocida como Alejandrina Calderoni, es oriunda de Monterrey. Su pasión por las artes visuales la llevó a estudiarlo en Europa y desarrollarse profesionalmente en Estados Unidos y Sudamérica. Gran parte de su obra se ha centrado en su gusto por la danza, la música y la pintura de diferentes latitudes. En su trayectoria artística de más de 25 años cuenta con una beca del FONCA en movilidad de proyectos especiales, un premio de la Bienal de Artes Visuales Carlos Olachea Boucieguez, además de varios reconocimientos. De la misma manera, su trabajo ha sido expuesto en Art Capital Grand Palais Paris 2019, Casa de la Cultura Oaxaqueña en la galería Rufino Tamayo, Museo José Luis Cuevas en CDMX, Instituto Cervantes di Milano, Consulado de México en Dijon, Francia, Agora Gallery en NY y tantos más.
La artista captura en sus telas el perpetuo movimiento del baile. Esos versos etéreos que apenas si tocan el suelo al compás de las melodías, ya que por un lado dibuja la delicadeza de las bailarinas de ballet, así como de sus trajes entallados y vaporosos. Esa ligereza y suavidad queda rodeada de una atmósfera cargada de procesos e improntas propios de los pinceles y las brochas. En ocasiones plasma únicamente los vestidos solitarios y flotantes. A veces pinta los cuerpos de las danzantes inmóviles y rígidos, pero otras los representa movedizos y veleidosos. Al parecer, le agrada esa correspondencia entre el dinamismo y el estatismo de lo bailable.
Por otro lado, retrata lo arrojado, arrebatado, brusco, endurecido, tajante, sensual y estrujado del flamenco. Con sus fuertes zapateados, sus entarimados, sus holanes al aire, sus gruesos tacones, sus contorneos provocativos, sus castañuelas y cómo no sus cantos gitanos. Sí, esa parafernalia conforma la estética de sus piezas; en sus abstracciones y realismos, al igual que en sus diversas técnicas. Llama la atención lo desdibujado de los rostros y de la figura humana, a la vez que la musicalidad de sus composiciones. La fluidez de sus trazos abstractos hace que los colores, los materiales y sus consistencias dancen eternamente en el lienzo. No cabe duda que hay un dejo impresionista, expresionista y cubista en sus cuadros.
Hay distintos ritmos y tiempos en su arte. Unos acentúan el candor y la gracia de las bailadoras, mientras que otros marcan la impetuosa música de fondo. De ese modo, la autora pone de relieve el concepto de presencia y ausencia corporales con la aparente eliminación de los brazos. Quizás los personajes sí los tienen pegados al tronco, cruzados al frente u ocultos en la espalda, o a lo mejor los dejaron libres al bailar, soltándolos para siempre. De cualquier forma, sus siluetas son una especie de autorretratos, vivencias dignas de ser recordadas, momentos de su infancia, deseos pendientes, nostalgias, símbolos personales, memorias de sus seres queridos, encarnaciones de sentimientos y emociones y, sobre todo, los mundos internos de la pintora mostrados hacia el exterior.
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Adriana Cantoral