Aurora Rebeca

La mirada es un testigo fiel de la realidad, tal cual un pequeño espacio que se abre a la inmensidad de la vida, absorbiendo sus emociones e irradiando sus colores. Sin duda, la vista es la facultad más poderosa, más aguda, y de mayor alcance, que poseemos los seres humanos. Sabedora de esa complejidad, Aurora Rebeca la retrata en sus elegantes y sensibles mujeres de hipnótico mirar. Estos personajes femeninos parecen vernos con la quietud y el silencio de sus ojos, pero más bien nos ven con todos sus movimientos internos, alterados, que no paran de girar y de proyectar luz hacia el observador. Se tratan de dos luminosos faros en medio de las tempestades oceánicas del iris.

Por lo tanto, su particular observar surge a partir de un par de aureolas agitadas, una convulsión de discos solares, unas centrifugaciones estelares o de un nacimiento de dos flores que nos arremolinan el alma a través de sus vórtices infinitos. Aunado a ello, el fascinante expresionismo de sus pinceles y espátulas ilumina y resplandece de gestualidades y de texturas a esos enigmáticos rostros de mujer. Quizás miran hacia lo eterno de la existencia o simplemente observan su caótico universo interior. A lo mejor son misteriosos autorretratos que nos reflejan un sinfín de estados de ánimo. De cualquier manera, nos invitan a la contemplación reflexiva en medio de sus contrastes, dualidades cromáticas y armónicas paletas.

Cada uno de sus ojos es una galaxia entera que desde lo lejos destella hasta el último de sus detalles. Sus vibraciones coloridas deslumbran con sentimientos inquietantes y abstracciones líricas. Es innegable, entonces, que las protagonistas de sus obras representan diversos estados emocionales, así como la exaltación de lo femenino y de la belleza de las facciones de la cara. En ese sentido, sus trazos de fuertes dinamismos, marcadas expresiones y tonos cálidos nos cautivan al primer vistazo. Nos recuerdan a ciertos autores del expresionismo alemán, que de forma magistral retrataron lo más recóndito de la consciencia humana.

En definitiva, la riqueza de los gestos faciales que describe la artista es de sobra espontánea, inconsciente y natural, al grado de mostrarnos lo más efusivo y exacerbado del color del espíritu humano. Por eso, sus intrigantes semblantes son meras abstracciones de los sentires más profundos del ser. Algunos nos conectan con lo más terrible y siniestro de la esencia, mientras que otros con lo más bello y hermoso del ser. Verlos es ver la vida misma transcurrir en un efímero parpadear. En un fugaz abrir y cerrar de ojos.

Adriana Cantoral