César Aréchiga

La obra de César Aréchiga es una suerte de parábola, pues a partir de acciones sociales, como instalarse temporalmente en una cárcel y convivir con presidiarios, manifiesta reflexiones en torno a la libertad e inventiva humanas en condiciones adversas. "45 días en Jarbar" es por tanto, la muestra visual de su arrojo por conectar con hombres encarcelados en un espacio tiempo controlado cuya única finalidad es la realización de arte y registro en video. Es decir, tanto los convictos como él ejercen el rol natural de artistas, nada más. En el documental apreciamos cómo se relaciona y empatiza de tú a tú con los reos de alta peligrosidad para dirigirlos y enseñarles la elaboración artesanal de papel, así como la preparación de telas y la ejecución de pinturas y esculturas. En el filme se pone de relieve la sensibilidad y curiosidad de estos personajes; de carne y hueso, con miradas, gestos, voces y anécdotas particulares, no solo en momentos artísticos, sino también cuando narran aspectos íntimos de su vida y dejan entrever porqué terminaron ahí. Si bien, esas facetas personales quedan liberadas gracias al contacto con la celulosa, las fibras, las técnicas prehispánicas, los procesos de prensado y secado, los pinceles y el barro. Sin duda, la cinta nos adentra en un lugar limitado, masculino y cerrado, en donde los protagonistas disfrutan lo que hacen, bromean y se divierten dejando de lado la hostilidad, la crudeza de las rejas y observando nuevas habilidades, oportunidades y comienzos.
Todas las experiencias, pláticas y recuerdos del Penal de Máxima Seguridad Puente Grande han hecho eco en las piezas posteriores del autor. De tal modo, pintó y esculpió una serie de retratos figurativos de cada uno de los presos. Asimismo, convirtió el papel virgen, hecho a mano por ellos, en carne corrompida y expuesta en sus lienzos. Ese carácter matérico, abstracto y corporal representa la violencia, lo pasional, la concupiscencia, la ambición, el poder, la sangre, la herida abierta, la rudeza, el maltrato, el dolor, la muerte, al igual que la superficie externa y el delicado recubrimiento de quien padece y encarna esas situaciones. Una vez más, lo teatral se expresa en sus grandes cuadros, pues lleva las emociones e impresiones más allá del soporte pictórico, a la realidad del espectador. Cabe destacar que lo que interpreta César Aréchiga en un escenario es correlato de lo que graba con una cámara o traza en un soporte y viceversa. Definitivamente, las correspondencias interdisciplinarias abundan por doquier en su propuesta artística, que es un nutrido diálogo de enfoques respecto del cuerpo; ya sea plasmado en su libre albedrío o privado de ello. Sin más, la fuerza y vulnerabilidad de lo carnal, a la vez que la esperanza por la libertad confluyen como conceptos capitales de su obra.


En una época de distanciamiento, aislamiento, en la que se evita el contacto físico, se pide ocultar distintas partes del cuerpo y se entablan relaciones humanas superficiales, frías e impersonales, la mirada de César Aréchiga profundiza en las entrañas y materias de la piel. Justamente en ese cuero que no sabe de recubrimientos, barreras, ni tapujos, sino más bien de sensibilidad, cercanía y tacto. En ese sentido el artista manifiesta de manera simbólica, a través de la corporeidad desnuda y abstraída, las posibilidades de regenerar un tejido orgánico-social. Si bien, el material que utiliza para representar a la carne es literalmente papel de criminales, que en sus lienzos y telas adquiere una nueva significación de reconstrucción y reflexión. Por lo tanto, esta serie nos pone piel a piel con los otros, nos acerca con los desconocidos, nos muestra diferentes formas de erigirnos como individuos en un mundo estropeado, golpeado y herido. Asimismo, nos enseña a intimar con lo corporal, a adentrarnos en ello no obstante los conflictos exteriores, como enfermedades y violencia, porque a final de cuentas todos encarnamos una misma piel en la sociedad.
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Adriana Cantoral