Claudia Orozco

Las dimensiones de una gran ciudad caben, a la perfección, en los collages de Claudia Orozco. En cada espacio y lugar de su arte, la metrópoli está presente con un relato. La artista concibe lo urbano tal cual una entidad móvil, constituida por papeles, frases, calles, ventanas y puertas multicolores. Sus ferias y circos iluminan de alegres tonalidades el paisaje gris, a la vez que le inyectan una viveza infantil. Por su parte, sus habitaciones, con una característica armonía interior, tales como salas y recámaras son plasmadas en tonos neutros y tranquilos, pero siempre con un dinamismo citadino. En sus cuadros, a veces se oyen melodías calmadas, mientras que otras se perciben los ritmos de las bicicletas sobre el pavimento. Si bien, en su obra hasta la simplicidad de los objetos domésticos, como lámparas o mesas forman parte de la urbe, lo mismo con las jaulas y alas que se vuelven metáforas de la libertad entre los muros y paredes de cemento. Inclusive, nos muestra las avenidas, los edificios y demás construcciones como libros abiertos, para que en sus páginas escribamos nuestra propia historia.
Y de repente, en medio de esas hojas en blanco y de la gris abstracción urbana aparece un singular personaje rosado. Se trata de la pantera rosa que, sin duda, contrasta con ese ambiente tan ajeno, sombrío e impersonal. Por lo tanto, el recuerdo de la niñez, lo cómico y la cultura de masas se hacen presentes de una manera simpática y lúdica en sus telas. La pintora retrata en sus piezas la combinación de diferentes símbolos universales, cada uno con discursos propios, en este caso la metrópoli y la caricatura. Por un lado, el curioso y elegante felino andando silenciosa y cautelosamente por la banqueta y, por el otro la vorágine de ruidos de gente y automóviles en las aceras y comercios. Esa mezcla de individuo y colectivo, de quietud y movimiento, de buen humor e incertidumbre, de lo singular y lo plural y de lo ordenado y lo caótico queda implícita en las animadas y llamativas pinceladas de la autora, aunada, por su puesto, a sus remembranzas de cuando era una niña, a ese mundo de colores, felicidad natural, imaginación ilimitada y cuentos.
Adriana Cantoral