Enrique Pichardo

Pichardo con su tribu de color (2020)

Desde el albor de los tiempos Pichardo extiende su grácil pincel, de suaves curvas y duras rectas, por espacios lisos de color. Dibuja con el ímpetu de su ser corpóreo, mental y espiritual en una suerte de ritual pictórico. Va describiendo así a seres primarios, con aspecto infantil, que de alguna forma se contorsionan y gesticulan en cada una de sus telas. Se lanza al ataque, junto con la pintura primigenia, con ese instinto de sobrevivencia que solo se conocía en las oscuras cavernas, en las cuevas platónicas iluminadas de ilusiones exteriores, a impregnar sus lienzos de pura inconsciencia primitiva. Como un talentoso y sensible cavernario, de mirada sapiens, manos homínidas e inventiva salvaje, mientras vislumbra, piensa e imagina en la roca a Klee, Picasso, Miró, Dubuffet, Baziotes, Basquiat y tantos más, plasma su tribu de entes atentos y curiosos que danzan al calor y ritmo de sus trazos.

Enrique extiende brazos, piernas, su ser entero, para bailar entre chamanes, creaturas prehistóricas y tonalidades. Quizás se tratan de personajes de la vasta Mesoamérica. A lo mejor son personalidades tribales del inconsciente colectivo. O bien, humanos oníricos habitantes de lugares y sitios surrealistas. De cualquier manera, se percibe en sus cuadros esa indescriptible complicidad entre artista y obra, al igual que una paleta con un carácter carismático y fascinante que trasciende cualquier formato o dimensión de sus creaciones. Por lo tanto, tótems, seres de poder, dioses, hombres, animales, plantas, sueños, pulsiones, mitos y demás se nos presentan en Ilusorio; un cúmulo de entidades ancestrales, herederas, asimismo, de la escuela oaxaqueña contemporánea. No cabe duda que la obra de nuestro pintor es un grandioso ejemplo del expresionismo abstracto lúdico mexicano.

https://pichardo.ilusorio.net/

Adriana Cantoral


2018
A veces tengo esa peculiar sensación esquizoide de que
una de las múltiples personalidades que me habitan es la que pinta.
EP
Para Enrique Pichardo el pintar es una actividad lúdica que lo salva de sí mismo gracias a los trazos sensibles, con dudas y errores, a través de los cuales saca a flote lo que lleva dentro. Al igual que un niño que no depende de expresarse libremente en el lienzo en blanco, va jugando con los colores. Así se siente nuestro artista, que además describe a su obra como un expresionismo Naive, el cual se caracteriza por el uso de tonalidades puras, así como de fuertes influencias del arte paleolítico y folklórico. Con todo, sostiene que sus cuadros no deben explicarse, ya que éstos hablan por sí solos, o en dado caso esa parte no le corresponde al autor.
En cuanto al arte rupestre, Enrique retoma las composiciones plásticas que en un momento plasmaron los hombres primitivos sobre la roca madre. También se nutre de la viveza de las imágenes, ya sean naturalistas o fantásticas. Por otro lado, al pintor le inquieta el trascender las formas y los contenidos de sus producciones para fundirse con el más puro cromatismo posible. Aún más, según el creador, el artista, a lo largo de su existencia, va tomando componentes de la realidad natural en miras a transformarlos en piezas de arte. Para él, sus telas deben tener tanto representaciones simbólicas, como materiales, es decir, estar plagadas tanto de significados implícitos como explícitos.
Otro aspecto del arte prehistórico es la concepción de lo humano, con la que Enrique se siente plenamente identificado, puesto que sus líneas no son estudiadas, sino que denotan soltura, gestualidad, atrevimiento y dinamismo. Inclusive, sus atmósferas están saturadas de situaciones azarosas, ilógicas, juguetonas, ruidosas y vertiginosas. La algarabía de sus personajes, asimismo, lo accidentado de sus posturas y gestos nos permiten fragmentarlos e intercambiarlos en elementos diversos que luego volvemos a contextualizar desde otra perspectiva. Su intención es jugar con la figuras hasta llegar a percepciones insospechadas, casi inconscientes, que se refieren al ser.
Por último, de su expresionismo Naive, cabe destacar sus rasgos relacionados a lo popular, lo infantil y algunas distorsiones mentales. Quizás sus expresiones plásticas más bien sean manifestaciones pictóricas de estados alterados de la consciencia que perviven en su persona. Les da rienda suelta con suma imaginación. El trabajo de Enrique se nos presenta dotado de una estética ingenua, pero instintiva. En definitiva, en sus creaciones no se impone ni la técnica rigurosa, ni el academicismo recalcitrante, ocurre todo lo contrario, triunfa el espíritu inquisitivo, experimental, sin prejuicios y curioso de cualquier infante.
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Adriana Cantoral