Isabel P. Duarte
Published by Adriana Cantoral,
A través de los ojos de las personas que retrata Isabel P. Duarte podemos atisbar dos miradas en una; la primera humana, la segunda animal. Ambas fusionadas en un par de iris, ricamente detallados, que nos traspasan al observarlos. Es innegable el talento que tiene para dibujar la pintora, puesto que al ver aquellas pupilas, bastante penetrantes y duras, pero también difusas y perdidas, percibimos el alma de animal que subyace al personaje. De tal modo, detrás del rostro de un alegre niño peruano pervive un travieso y valiente pez que lo ayuda a nadar por el río, otro ejemplo, tres mujeres protegidas por la naturaleza y tras el espíritu de un quetzal, aún más, un mamífero antropomorfizado. En fin, hay incontables historias de protección por parte de los animales y humanización de los mismos en cada una de sus piezas.
Respecto de esa dialéctica entre el animal y el hombre, la autora cree firmemente que el mundo natural está habitado por seres puros y honestos, mientras que el ámbito humano se haya plagado de entes que cambian su personalidad según las fluctuaciones de los demás. Por eso, ella sostiene que en el fondo poseemos dos entidades animales. Una es la que mostramos hacia el exterior, la que busca reconocimiento y aceptación, por lo tanto resulta algo fingida, y la otra es hacia el interior, la que muestra la verdadera y real esencia de lo que somos. Cabe mencionar que ésta no depende de nada, ni se modifica por nadie. En consecuencia, su discurso artístico está influenciado por el concepto de nahual, es decir, por aquel ser que nos cuida y guía hacia nuestra auténtica existencia.
Por otro lado, el movimiento y el colorido son determinantes en la obra de la artista. Su pasión por el esmerado dibujo queda manifiesta en sus trazos expresionistas, que repasan una y otra vez el mismo espacio con diferentes tonalidades, dando como resultado un complejo efecto visual. Siempre persiste un dinamismo en sus composiciones, ya sea en murales o en caballetes, que se nota en las posturas y posiciones de los protagonistas, así como en sus extremidades o elementos que los rodean. Esa llenura de dinamicidad, acompañada de armónicas curvas, se palpa en pinceladas libres, sueltas y al aire. De igual manera, su paleta se basa en múltiples contrastes que, de alguna forma, aceleran y frenan la escena. Por ello, azules y naranjas se convierten en los dos ejes móviles de su estética, asimismo, blancos, grisáceos y colores quemados.
Sus constantes bocetos y bosquejos, sus ensayos a lápiz de cuadros y su muralismo urbano le permiten integrar, sin dificultad, la dualidad perfecta entre la persona y el animal. Esa compenetración ancestral es constatable en el lobo salvaje que se escapa del adulto angustiado o en el ave agitada que surge de la fémina afligida. Sin duda, sobran los significados emocionales que permanecen ocultos en sus creaciones, y que nos invitan a reflexionar sobre el no querer dominar ni permanecer únicamente en lo racional, sino más bien liberar y conectar con nuestro instinto.
@isabelpduarte
Adriana Cantoral




