Joaquín Flores. En el Borde

Joaquín Flores es un pintor urbano que nos dirige por el filo de la ciudad a través de sus lienzos, a primera vista su temática parece sencilla, sin embargo, tiene de fondo razonamientos filosóficos. Él se formula porqué la urbe no madura y se estabiliza, porqué no detiene su desarrollo en un tope, es decir, ¿Por qué aumenta su extensión cualitativa y cuantitativa sin parar nunca? “En el Borde" pretende buscar respuestas a ese devenir continuo, ese intento fallido por impedir que la ciudad consuma lo que no es de ella ni de su propiedad. El autor nos habla de la personalidad dominante e incesante del monstruo de concreto como si de un solo ser inagotable se tratara. Del mismo modo, describe lo arruinado y deteriorado de los bordes urbanos, lugares remotos y a veces inaccesibles, como consecuencia del carácter inabarcable de la ciudad.

Joaquín critica al consumismo que arroja sus residuos y despojos en terrenos solitarios atrapados por la ciudad, asimismo señala la frontera, no siempre clara, entre lo citadino y el campo. Al parecer, el tejido social urbano evita perder el contacto directo con el asfalto y si lo hace, enseguida transforma su entorno en anexos y prolongaciones de la urbe. Los ciudadanos necesitan la seguridad de sentirse en casa y por lo tanto marcar la tierra con aspectos de ciudad aunque en algún momento se desplacen a otro sitio y la abandonen.

El creador nos hace reflexionar sobre lo que constituye el ámbito público; ¿Corresponde únicamente a donde está la población? ¿Es una región susceptible de llenarse por personas? ¿Está ligado a la polis con sus calles, construcciones, banquetas, parques, vehículos y servicios? O, ¿Las tres anteriores? Él es consciente de que la mancha urbana devora a lo que le rodea por muy lejos que esté, inclusive si se trata de otro estado o país, finalmente será absorbido por ella. La pintura de Joaquín nos transmite la angustia de esos territorios que son de todos y de nadie y “En el Borde" salvaguarda su existencia efímera, gastada y estropeada.

Las orillas campiranas que contienen con resistencia vencida la invasión del cemento, se relacionan con un tipo de arquitectura ficticia disponible para constituirse y destruirse. Los bordes que representa Joaquín son metafísicos, puesto que explican los principios, las causas y los elementos de lo que tienen a su alrededor. Él plasma parajes abandonados de manera atemporal y al mismo tiempo tocados por la ciudad. Las ruinas de la circunvalación simbolizan el fin último de las ciudades, su desenlace inevitable.

La periferia de la civilización es la materia prima de Joaquín, ésta es un lienzo saturado de escombros de las obras viales que determinan el paso a las afueras de la ciudad, más no hacia su fin absoluto. Joaquín retrata los terruños sin pavimentar y que a su vez nos conducen a las áreas grises, áridas e inhóspitas. Se detiene a pensar, cual extranjero en su propia tierra, si el destino de la urbe es convertirse en ruinas infinitas.

Si bien desde la modernidad se intensificó la forma de vivir la ciudad, por lo que el artista deambula por las esquinas de la metrópoli, mismas que son meramente subjetivas, para descubrir explicaciones relativas a los sitios despoblados y su permanencia en el espacio y en el tiempo. Joaquín realiza ecuaciones con la geografía del paisaje deshabitado, la ocupación humana azarosa en zonas rurales y la velocidad de crecimiento de la urbe; el resultado es mantener inamovible el límite de la urbanidad, al menos en el plano pictórico.

Se convierte en una especie de flaneur posmoderno del baldío, pues lejos de pasear por las avenidas, callejones y plazas para aprehender su complejidad se adentra en caminos de incertidumbre que no llevan a ningún lado y ni siquiera están trazados o más bien están borrados. No le interesa la multitud, sino lo contrario, la soledad. Es un flaneur cansado y aburrido de ir constantemente sobre la acera, viendo a varias personas a diario y visitando puntos concurridos. Se refugia y regocija en la barrera desdibujada de lo urbano. Encuentra detalles sorpresivos, no obstante la aspereza de los suelos, las rocas y la hierba quemada, como dinosaurios de juguete de vivo colorido o algún reptil llamativo reposando. Regresa una y otra vez a esos lugares y los interviene sutilmente. Sus temas integran el anacronismo de la naturaleza con los pocos testigos de rostros anónimos que va encontrando en su caminar. Su trabajo posee una estética de investigación, remembranza y observación personales.

El panorama que nos presenta el autor no da cabida a posibilidades de remodelación o resurgimiento, ya que se trata de ubicaciones condenadas a la miseria, a la exclusión de la burguesía capitalista y al rechazo del progreso neoliberal. Joaquín incluye y nos muestra el popularmente llamado cinturón (muy agujereado) de pobreza. Éste es el contraste de la opulencia de la capital que, sin embargo, debe existir para ser arrastrado indefinidamente para dar espacio a más ciudad. Con todo, llegará un momento crucial en el que El Borde oprimirá a la urbe hacia sus entrañas y la hundirá en sus ruinas.

En definitiva, actualmente los confines de la megalópolis se vuelven borrosos, pareciera que el incremento acelerado de la urbanización fuera insaciable. Joaquín rescata esos pocos perímetros destrozados que delimitan el adentro y el afuera. Pone especial interés en las inmediaciones deshumanizadas y en las localizaciones ajenas a una historicidad y cultura propias. “En el Borde" nos concientiza acerca de la magnitud urbana contrapuesta con sus límites cada vez más lejanos, rezagados y empujados poderosamente hacia el exterior, pero no por ello incapaces de aniquilar a la ciudad y volverse contra esta en el futuro. “En el Borde" nos confronta con esos lugares en los que nadie quiere ir ni estar por no pertenecer a nada, a esas zonas perdidas, a esos sitios donde se duda si son públicos o no. “En el Borde" nos enfrenta con una muchedumbre citadina desbocada que se niega a permanecer fija y necesita expandirse más allá de sus anchas aventando por doquier sus desechos que quedarán grabados en el borde esperando pacientemente en regresar a su origen.
Adriana Cantoral