Margarita Chacón y el alma de Mayahuel
Published by Adriana Cantoral,
En tiempos remotos la diosa del maguey bajó a la Tierra junto con Quetzalcóatl para convertirse en un árbol precioso, sin embargo, tal hecho desató la furia de los dioses por lo que descendieron a buscarla. Una vez que la encontraron destrozaron el árbol divino en donde coexistía con Quetzalcóatl y se comieron sus ramas, dejando únicamente los huesos de Mayahuel que fueron enterrados cuidadosamente por Quetzalhuexotl. De allí nació uno de los organismos más femeninos del mundo prehispánico; el maguey.
Dicha deidad transforma con su poder el aguamiel en bebida excitante para permitir una comunicación abierta entre lo humano y lo sagrado, asimismo, de manera sutil los mexicas la relacionaron con los tlaloque, divinidades menores del agua, y con el mismo Tláloc por su capacidad fecundadora y sus líquidos internos que simulaban una fuente de vida. Por otro lado, los antiguos mexicanos denominaban al agave como metl, inclusive Mecitli fue un ilustre personaje que los guió desde Aztlán hasta Tenochtitlan y los ancianos contaban que ese hombre en lugar de criarse en una cómoda cuna, dormitaba en una enorme penca. Por lo tanto, la agavácea se halla íntimamente ligada al origen histórico, etimológico y matriarcal de México.
Margarita retrata el manantial primigenio de los mexicanos, aquél donde se generaron una serie de mitos e historias que con el paso de sus pinceles y óleos se volvieron realidad. Plasma con sensibilidad el alma de Mayahuel detrás de su mirada de mujer, del mismo modo, nos confronta con la brutal feminidad de las hojas puntiagudas y carnosas sin dejar de lado su oculto bohordo repleto de néctares sensuales y alucinantes. Ella pinta estas plantas como llamaradas de fuego que se propagan como ardor en la garganta de quienes la prueban. Cabe destacar que las formas orgánicas de las pitas se han convertido en trazos inmanentes de sus manos y de su imaginación, la pintora se siente libre cuando delinea un maguey totalmente descontextualizado de la tierra y de la embriaguez. Y no porque la última tenga una connotación negativa, para nada, pues ciertamente el goce estético puede generar sensaciones similares a los efectos del alcohol, por ejemplo, el mezcal. La autora trasciende, entonces, la ebriedad pura para sublimarla con recursos pictóricos y cromáticos, ya que en sus telas delimita delicadamente el follaje de la planta jugando con luces, sombras, tonos, atmósferas y sobre todo con ritmos propios del reino vegetal. Lo anterior lo consigue con una paleta muy nítida, limpia y bien mezclada que representa la fuerza del espíritu de la mujer que yace en las entrañas de todo agave.
Adriana Cantoral



