María Paola Pérez Cirera

Las pinturas de María Paola Pérez Cirera se extienden por los confines de su alma. Entre coloridas capas de acrílico, hojas de oro y plata, así como arenas y polvos se asoman marcas de espátulas, pinceles y brochas. Desde lo profundo de su ser emanan celestes y rosas acentuados por blancos, no se diga de ultramarinos, cobaltos, prusias, grises y ocres destellantes. Por lo tanto, su arte nos muestra estados del espíritu, con sus climas y sus tiempos. Observamos hondos azules permeando sus telas de agua natural, aquella que fluye en los cuerpos de los arroyos, ríos, lagos, lagunas, mares y océanos, del mismo modo apreciamos nubosidades de distintas densidades, brisas, vientos, tormentas, cascadas, oleajes y tempestades, así de acuática es su obra.
También se vislumbran primaveras y veranos en sus lienzos, pues amarillos, tierras, sepias, morados, violetas, lilas, magentas y demás colores pasteles componen sus abstracciones florales y vegetales. A veces el efecto de difuminado o de grisalla las envuelve en atmósferas neutras, pero siempre iluminadas y radiantes. Por otro lado, su abstraccionismo encuentra en los rojos una forma de expresión pura y pasional. Lo mismo con sus movimientos cerúleos, agitados por claros y oscuros, por texturas y relieves que llenan sus piezas de vida natural, de paisajes etéreos, de visiones intangibles, de bosques otoñales, de campos invernales y, en especial, de ambientes emocionales que nos invitan a una permanente contemplación estética.
Todos esos dinamismos de trazos, esas pulsiones vitales cromáticas, esos empujes tonales, esas mezclas áureas de mar, espuma y soles, esos arrastres de materia pictórica y esos brillos acuosos configuran su expresionismo abstracto, que es impreciso, no obstante manifiesto, confundido y conmocionado, a la vez que espiritual y mundano. Sin duda, sus obras nos transmiten la armonía y concordancia que hay entre los tonos, al igual que la adecuación de su paleta con los ritmos de la existencia y las apariciones de la naturaleza. La complicidad de su pintura con el soporte propicia el surgimiento de luces inesperadas, de sentimientos marinos y de confidencialidades con el color.
Y es que el piélago abarca tanto, es profuso e intenso como las pinceladas de María Paola Pérez Cirera, que van y vienen, suben y bajan al compás de infinitas mareas. Sus creaciones nos sumergen en las humedades del ser e invaden nuestro espacio de vivencias introspectivas.
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Adriana Cantoral