Martha Ruíz

La esperanza es el hilo conductor en la obra de Martha Ruíz. Si bien, la artista ha transitado por diversas técnicas y estilos figurativos hasta encontrar en el abstraccionismo un respiro divino. Por ello, sus cuadros nos irradian tranquilidad y armonía. Nos hablan desde su espiritualidad femenina y versan sobre esa comunión con Dios, a veces silenciosa y discreta, pero otras explícita y expresada con toda la fuerza creativa. Sin duda, la fe cristiana de la pintora es uno de los estímulos y alicientes, no el único, para sus creaciones. Esa unión con la divinidad queda plasmada en atmósferas inmateriales y etéreas, así como en representaciones intangibles y no palpables.
Sus corazones nos recuerdan el triunfo del amor por encima de cualquier herida, malestar, pena, frustración, confusión, congoja, tristeza, enojo o pesadumbre física, mental y emocional. El corazón de la autora nos libera hacia la plenitud y al propio descubrimiento de la existencia, es decir, al hallazgo de uno o varios propósitos en el día a día por medio de pinceladas de fe. Esa paz que permea en sus piezas nos lleva al recogimiento, a la quietud, a la sublimación. Martha nos devela, con distintos trazos, efectos visuales, estilos, texturas, espesores, densidades y volúmenes, su más firme convicción en la vida eterna y en lo que yace siempre; el espíritu.
En sus abstracciones con resinas y alcoholes podemos ver un proceso recíproco de dar y de recibir con la pintura. Pues por un lado, observamos cómo la creadora le otorga movimiento al material y por el otro, éste le devuelve un asombroso dinamismo con ayuda de reacciones al calor y otros componentes como el agua. Por lo tanto, en esa plasticidad ella manifiesta la sensibilidad natural de los seres humanos por entrar en contacto con lo uno, lo bueno y lo verdadero. Se trata de una necesidad innata, en especial, en un mundo poblado de desolación y tragedias por doquier. Su arte nos muestra uno y mil sentidos para el vivir y nos revela la palabra de Dios.
En cuanto a su paleta, los azules propician mares y emanan olas; los grises y plateados sustentan naturalezas multicolores; los dorados conectan con la belleza misma; los turquesas y ocres se entrelazan en la tela como el cuerpo con el alma y, por último, sus demás tonalidades se mezclan enigmática y maravillosamente sobre los lienzos, maderas y demás superficies. El juego libre, que hace Martha, de permitirles combinarse al azar da como resultado una estética que invita a la contemplación perenne, a identificar múltiples colores, tal cual como si estuviésemos frente a frente con una deidad. El misticismo de sus tonos, relieves, profundidades, formas, figuras, siluetas, contornos, luces y sombras solamente puede provenir de la comunicación directa con el creador.
Adriana Cantoral