Mónica Avayou

La tensión de los tejidos de Mónica Avayou remarca un interesante expresionismo un tanto escultórico, un tanto de arte objeto. En ese sentido, la fuerza de los hilos se va trenzando con diversas fibras, tales como estambres de algodón, hilazas reutilizadas, lanas, yute, materiales sintéticos, entre otros. El carácter textil de sus obras, sin duda, metaforiza desde las complejas líneas del destino que se entrelazan de modo incierto, hasta el caudal de la vida. Aún más, el entretejer con sus manos las hilachas le permite a la autora relacionar una serie de accidentes, nudos y gestualidades en contraste con flujos, holguras y liviandades de los cordones. En general, estos son robustos para enredarse, enrollarse y desenroscarse libremente y después seguir su trayecto por las distintas tramas del espíritu.

Asimismo, sus piezas, de alguna manera, se hilan a sí mismas formando un cuerpo, con plástico reciclado en su interior, que adquiere una forma y una materia específicas al momento de suspenderse en lo alto o apoyarse en un muro. Precisamente, en ese volumen fluctuante, en ese peso impreciso y en esa expansión orgánica radica su belleza. Es innegable, entonces, que ese conjunto de entramados, de colores llamativos y texturas fascinantes, se impone visualmente en cualquier espacio. Inclusive, sus composiciones circulares nos recuerdan ciertos aspectos de lo tribal, con sus plumas silvestres, sus tonalidades extravagantes y sus costuras exaltadas. Tal cual amuletos ancestrales que nos remiten a lo cíclico, a ese incesante dinamismo de la existencia.

Por ende, la tirantez de sus urdimbres describe los lazos y las interconexiones de lo vivo, es decir, los enlaces que nos mueven, atan y desatan en toda su corporalidad, visceralidad y organicidad, justamente, como en el torrente sanguíneo por las venas y en la piel desnuda que se apasionan, excitan y conmocionan. También apreciamos en sus esculturas los apegos, tal cual cadenas densas, trazos sentimentales y embrollos cerrados. No se diga el rol de la mujer, resignificado en la sensualidad de sus cuerdas que no dejan de curvarse y contornearse, como infinitos flexibles que ascienden y descienden por el etéreo ser femenino. En definitiva, de manera abstracta, a través de sus rítmicos y plegados tejidos, la artista nos hila las fibras más emotivas y sensibles del alma.
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Adriana Cantoral