Monserrat González
Published by Adriana Cantoral,
El contraste entre la vida y la muerte está presente en la obra de Monserrat González, pues a través de ella observamos representaciones de lo anímico, lo vivo, y lo mortífero de un modo metafórico y poético, por ejemplo, un pez en elegante descomposición cuyo principio vital fue un pequeño corazón que alguna vez latió al compás de las tormentosas olas. Lo mismo con los corales que alegran a los inmensos arrecifes, pero que lamentablemente al perder sus tonalidades se transforman en un solemne osario compuesto de intrigantes formas calcáreas y fragmentos esqueléticos. Sin duda, la sobriedad de sus colores, al concluir su existencia, acentúa el constante dramatismo del océano.
Asimismo, la joven artista explora las contemplativas texturas y repetidas figuras de otros elementos marinos, tales como los erizos, con la intención de hacer composiciones sumamente estéticas a partir de patrones sencillos y variaciones de un mismo color. De esa manera, encuentra en lo monocromático la riqueza visual de las luces, sombras y volúmenes. Y una vez más, hace la analogía de cómo un organismo insignificante, o varios, pueden resultar mortales al desequilibrar el entorno natural coralino, puesto que la sola presencia excesiva o total ausencia de los silenciosos equinodermos es capaz de construir o destruir un hábitat entero.
De igual modo, la creadora trabaja con la nobleza del agua, controlando sus mareas y movimientos por la tela para sumergirse en sus húmedas entrañas. De tal suerte, recrea un vaivén de figuración y abstracción en una misma pieza. El resultado es un fascinante juego de atmósferas cromáticas y veladuras de distintos espesores en donde mezcla lo orgánico con lo matérico y pictórico de forma natural y genuina. Por otro lado, desde su más hondo sentimiento de añoranza, nostalgia y recuerdos, combina la dicotomía plástica entre lo inerte y lo existencial, es decir, entre un caracol que canta en medio de geometrías azules, un vestido blanco que se volatiliza en la oscura ciudad o diversas entidades fantasmagóricas que habitan en la penumbra.
En consecuencia, lo introspectivo, los arquetipos del océano, el duelo, la pérdida, la exploración del inconsciente, la belleza de la compenetración y el homenaje a la memoria conforman el discurso de Monserrat González que culmina en el eterno encuentro entre la luna y el mar. Sus singulares trazos naturalistas dan fe de ello, ya que consiguen retratar los contornos y siluetas de esa constante comunión. En definitiva, sus óleos y acrílicos fluyen profundamente por las inconmensurables corrientes oceánicas que arrastran al alma hasta lo más recóndito del ser y súbitamente la arrojan a la superficie para reflejarse en los misteriosos destellos de la noche.
Adriana Cantoral




