Natalia Rincón

Notas musicales son los seres marinos de Natalia Rincón, puesto que los dibuja con la soltura de una melodía de libre improvisación. Tortugas, mantarrayas, peces varios, langostas, diversos caracoles, cangrejos, estrellas, corales, golondrinas, gaviotas, pelícanos, guacamayas, flamingos, faros, veleros, elementos náuticos, escenas de pesca y plácidas playas del Caribe mexicano son recurrentes en sus obras, todos con trazos impresionistas que van y vienen, suben y bajan, aparecen y desaparecen con autonomía y, por supuesto, los pinta con su característico estilo abstracto que irradia alegría, contento, regocijo y diversión. Sus cuadros levan las anclas de nuestra sensibilidad para llevarnos a bordo de la mar y tiran amarras en arenas coloridas y arrecifes vivaces.
Entre el aleteo de las aves, la cálida brisa, los reflejos del agua, el movimiento de sus animales, el destello de la costa, la lentitud de las olas, el arrastre de las conchas y la presencia de pequeñas embarcaciones se desarrolla el talento artístico de la pintora. Ella conoce de cerca las paletas iluminadas, así como las relaciones, correspondencias y oposiciones entre los tonos. Por ello, en sus piezas apreciamos una riqueza visual de blancos, azules, amarillos y rojos que, a su vez se combinan para dar paso a más colores. Y qué decir de sus texturas que resultan de la misma pintura, capa tras capa se van engrosando hasta dar relieve y carácter a sus creaciones. Cabe destacar que esa materia pictórica tiene la capacidad de manifestarse tanto en tonalidades pasteles como en oleosas.
El océano se enciende, arde en la obra de Natalia Rincón. La autora nos sorprende con sus celestes, turquesas, ocres, naranjas, salmones, rosados, magentas, lilas, morados, violetas, cadmios, cinabrios, ultramarinos, cobaltos y prusias cada vez que su espátula orquesta el óleo o el acrílico y, si bien, no pretende la perfección, sino la soltura y expresión pura en sus composiciones, cual música armónica, cual canción abundante en matices y variaciones tonales. Sin duda, con su afilada batuta de acero, la artista zarpa hacia conmovedoras imágenes, navega por sus lienzos y desde el atardecer distante nos regala telas habitadas por extravagantes colores, llamativos ritmos, resonancias mayas y excepcionales cadencias cromáticas.
Pero, sus obras abarcan más que el inmenso mar y el ambiente playero, tal es el caso de sus bodegones con dinámicas, vibrantes y traslúcidas copas de cristal, acompañadas de bebidas espiritosas como vino o mezcal, al igual que de cocteles exóticos, todos en plena efusividad y algarabía, lo mismo con sus saturadas, versátiles y enérgicas flores y sus inquietantes y traviesas libélulas, sin dejar de lado a sus sensuales, delicadas y femeninas bailarinas o a sus exuberantes frutas tropicales como cocos, pitayas, rábanos, cítricos y sandías. Aún más, sus abstracciones nos hablan explícitamente del estrecho lazo entre el color y lo matérico, de la belleza y el prólogo de la forma.
Adriana Cantoral