Óscar Solís Quesada
Published by Adriana Cantoral,
La máscara, tan cotidiana en esta época, limitante de los visajes y las personalidades de sus portadores tapa la mitad superior facial y las expresiones de los personajes, un tanto andróginos, de Óscar Solís quienes desde la sombría ausencia ocular nos miran. Nos intimidan, pues se nos figuran seres de otros espacios, tiempos, dimensiones y escenarios. Nos inquieta su presencia dominante tan falta de gestualidad visual, pero a la vez tan humana. Ataviados al estilo carnavalesco italiano engalanan la imagen del enigmático arlequín, payaso, acróbata, mago, hechicero o ser mitológico en su acepción observadora, misteriosa, incierta y desconcertante. Inclusive, parecen aludir a antiguos tarots, imaginarios esotéricos o bestiarios medievales. Nos ocultan su rostro y ojos detrás de vendajes y antifaces de tela para únicamente mostrarnos su voz, en ocasiones la nariz, a través de los labios. Al parecer, el artista encubre en ellos secretos emocionales para desenmascarar en nosotros miedos, angustias y desasosiegos.
Esas caretas que se les desprenden infinitamente resumen el universo onírico, teatral y circense del pintor que, por supuesto, está cargado de un fino surrealismo, múltiples imposibilidades, alegorías al sol, la luna, las estrellas, referencias hacia lo femenino, lo angelical, lo celestial, así como de mitos de la creación y elementos naturales. Todos ellos con trazos y pinceladas que nos recuerdan tanto a Picasso, Duchamp, Gris, González Camarena, Varo y Carrington como a la literatura de García Lorca. Cabe destacar que la mayoría de sus obras son oscuras, con algunas claridades, con ondulantes listones brillantes y, en especial, están plagadas de complejos cubismos, más bien triangulismos, figurativos que retratan de cerca a las peculiares criaturas de mirada escondida. Sin duda, el autor indaga incansablemente entre lo humano, lo fantástico, lo mágico y lo inconsciente. Estudia y se obsesiona con los rasgos faciales; los geometriza, los figura, los abstrae y los descompone con una estética impecable. Sin embargo, de una u otra extraña manera, la máscara, que da textura y relieve a la faz, siempre se antepone a ellos.
Por lo tanto, Óscar Solís encuentra el equilibrio perfecto entre la figuración realista, la abstracción enarbolada, el color abundante, la materia, la forma, al igual que en la exquisita belleza de sus entes metafóricos, alquímicos y sobrenaturales de quienes se desconocen su semblante y miradas interiores…tal cual los reflejos de luna que cantan en el agua o las armaduras de vendas que obstruyen la visión.
Adriana Cantoral




