Pedro Maccise

En la noche solitaria del pincel se esboza la blanca sonrisa de Pedro Maccise. La vemos por todo su oscuro y colorido expresionismo; en sus arrebatos de manchas de pintura y en las gestualidades que van dejando sus manos pintadas sobre la tela. Asimismo, en las puntas de clavos el autor encuentra una forma de darle a sus obras un carácter excepcionalmente fuerte, en especial cuando éstas se vuelven una extensión de sus dedos que buscan penetrar en lo hondo del ser, del alma humana, para estrujarla, purgarla y liberarla de dolores, aquejamientos, sufrimientos, recuerdos, experiencias y memorias.

Por su parte, en lo sombrío de sus técnicas mixtas sobre papel llaman la atención los dibujos que plasman el peso de lo sensible y el pesar de las emociones. Con un estilo abstracto, el artista desnuda y exhibe lo que lleva muy dentro. De tal manera, la desnudez, el rasgo fuerte, las líneas que marcan masculinidad, esa cierta rudeza y hombría quedan en manifiesto a través de gruesos trazos que van describiendo la cara y el cuerpo de sus personajes. Los gestos de sus rostros llegan inclusive a ser toscos y bruscos. Cargados de negruras, anonimatos y, por supuesto, de una exacerbada alusión al expresionismo alemán. Sin duda, son una suerte de retratos prohibidos u ocultos que afloran la intensa sensibilidad del creador.

En contraste con esa oscuridad gestual, están sus escurrimientos de vivas tonalidades que van acompañados de mezclas líquidas e iluminadas, texturas diversas, manchados que estallan en movimiento, superposiciones de diferentes colores, entre otros elementos visuales. Cabe destacar que Pedro Maccise palpa su arte, lo toca, sin temor de nada, dialoga con él, lo deconstruye, lo hace inefable y le atribuye una serie de significados que se transforman con el tiempo. Tal es el caso del tema de la esclerosis, siempre dialéctica e íntima, que nos lo muestra medular; con cuerpo y alma en sus lienzos… por medio de eléctricas espirales, contornos de sensaciones nerviosas y siluetas de sobrecargas sensoriales. De la misma forma, en sus estridentes y vivaces composiciones es posible percibir lo agudo de sus blancos, rojos, rosas, negros y grises, a la par que se van combinando entre sí hasta formar un espeso y armónico cromatismo.

Por lo tanto, lo uno, lo común, lo enérgico de la materia, lo estruendoso de sus pinceladas, la voz clamante de su inconsciente, la música de sus relieves pictóricos, sus ritmos explosivos, lo dinámico y denso de sus cuadros, sus inquietantes autorretratos de perfil, su estética estrafalaria, la crudeza con la que pinta la existencia, la carne expuesta, la irreverencia religiosa, el poder tonal de su paleta, a la vez que lo padecido y no reprimido en el cuerpo, mente y espíritu se sienten vigorosamente en su corpus plástico, en cada una de sus creaciones, tal cual un desfile de enigmática belleza seductora y descarada brutalidad.
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Adriana Cantoral