Rodrigo Vargas


Las esculturas de Rodrigo Vargas aluden a la transformación tanto interna como externa del ser. Están hechas para rotarse una y otra vez. En sus pliegues se esconden la vida y la muerte. Las siluetas que él moldea son humanas, constreñidas hacia adentro en espera de nacer o perecer. El escultor describe un proceso de metamorfosis personal que posee una misteriosa belleza por el devenir. Sus obras son centros densos, pero móviles. Voluminosos, pero dinámicos. Pesados, pero equilibrados. Son una especie de contenciones con movimientos en todas direcciones que se distinguen por la línea y el punto. Éstos nos hablan de la fusión entre la forma antropológica y la abstracta. Asimismo, del tiempo cíclico y del tiempo lineal.
En el antropomorfismo escultórico de Rodrigo Vargas aparentemente desaparecen los rasgos humanos, sin embargo, no es que se nieguen, sino que se destaca su inmanencia, su pertenecerse a sí. Sus piezas generan una estética mutable en donde la composición se basa en el balanceo de la materia y de la forma. En sus creaciones concibe al cuerpo humano como una narración. Cabe destacar que sustituye la figuración pura por la masificación. En este caso, la masa puede interpretarse como peso escultórico y también como estatuto ontológico de la búsqueda de una identidad específica. Estamos ante personas, esculpidas, cerradas en su ser aguardando cambios sustanciales. Los múltiples relieves dan cuenta de ello.
El autor crea una sola entidad escultórica, a manera de objeto, que condensa la espiritualidad de lo corpóreo. En los contornos de sus obras persigue una impronta orgánica, asimétrica e inconmensurable. Hay una historia dentro de cada escultura que se simboliza en una espiral incompleta y vertiginosa…insaciable. El bronce y, en especial la resina, le otorgan un valor cromático a sus producciones. Lo matérico se torna curvilíneo en las manos del artista, así como el cuerpo humano se convierte en individuo ensimismado. El escultor modifica lo informe del barro en un núcleo latente y vivo. Se trata de la analogía de un corazón que palpita haciendo surcos a su alrededor.
La posibilidad expresiva y los efectos plásticos que logra Rodrigo se traducen en la comprensión natural de la anatomía reinterpretada en ritmos circulares. Entre sus influencias destacan Jan Arp y Tony Cragg. Al respecto, Oteiza en sus “Ejercicios espirituales en un túnel" afirma que el arte es una dialéctica de preguntas y respuestas a cerca de la realidad, tanto interior como exterior y por ello pretende el dominio de lo universal y lo cósmico. No hay duda, la propuesta de Vargas se resume en un abstraccionismo situado entre lo antropomorfo y lo orgánico, pero sobre todo en la indagación no figurativa.
Adriana Cantoral