Rosario Glezmir

Los territorios que pinta Rosario están habitados por su alma. Algunos aún parecen conservar esa humedad característica de la pintura fresca, mientras que otros con su sequedad dan la impresión de crujir al ser tocados por la luz. De cualquier manera, éstos se hayan colmados de arenas, polvos, veladuras de pintura, hoja de oro y diversos relieves tanto naturales como artificiales, es decir, aquellos que son dispuestos en la tela con una intencionalidad premeditada de dar textura y los que accidentalmente se van formando por la combinación de materiales sobre el lienzo o bien, por la emoción creativa que experimenta la artista en ese momento.
Ese proceso de ir texturizando el cuadro nos habla de una necesidad de la autora por extender y materializar su emotividad más recóndita. Por sacar a relucir sus sentimientos más íntimos. Se trata de un conglomerado de terrenos pictóricos repletos de materia, misma que posteriormente será retirada o arrancada de distintos modos. Uno de ellos es el raspado o rasgado, otro el develamiento de las capas superiores que cubren el interior. Todo ello con la única finalidad de encontrarse a sí misma…de hallar su esencia más pura e intacta haciendo una disección emocional de su ser, a la vez que un acto de dejar al descubierto y expuesto su espíritu.
Cabe destacar que los estragos del tiempo en las fachadas, paredes y muros de las construcciones antiguas son una fuente de inspiración en sus creaciones. De ahí proviene su notable estética de revestimientos resquebrajados, agrietados, abiertos, avejentados, desgastados, decolorados, marcados y oxidados. Porque solo a través de ellos, estrato tras estrato, la pintora reconoce quién es verdaderamente. En otras palabras, por medio de las densidades y volúmenes de sus obras, Rosario hace de su tierra un lugar fértil para renacer y, de paso, desenterrarse de viejos sedimentos que le impedían salir a la luz del color, del trazo y de la pincelada.
Por lo tanto, el suelo del que se nutren sus composiciones está arduamente sembrado con un rico colorido, un informalismo a la usanza europea, una exuberancia de geografías y no se digan los múltiples efectos cromáticos. Inclusive, sus piezas nos invitan al tacto, a sentir sus rugosidades, sus asperezas, sus humedades, sus diferentes ambientes, climas y temperaturas, así como sus superficies iluminadas y oscurecidas. Sin duda, su arte abstracto versa acerca del expresionismo auténtico de su ser etéreo. Éste se transforma en un ser libre quitándose de encima desde velos muy espesos y pesados hasta los más finos y diáfanos. La fuerza visual de su paleta, de sus líneas profundas y de sus gestualidades lo constatan.
Adriana Cantoral