Compilación de textos sobre la obra de Rosario Guajardo

DE CARA AL OBJETO
Rosario Guajardo es una hacedora de espacios: espacios conceptuales y actuales, espacios míticos o físicos, conquistados o consabidos, contenidos o inconmensurables, espacios que irrumpen y a la vez contienen un arrollador silencio oculto donde los objetos y las formas son un misterio: evocan e invocan.
Dentro del lenguaje abstracto, Guajardo crea un estilo lírico y contemplativo, manteniendo una perfecta concomitancia entre lo intuitivo y el cálculo inspirado. Su discurso es elemental, cosmogónico, primigenio. La suya es una voz en fuga cósmica consciente de que lo conocido es finito y lo desconocido infinito.
Con una aguda sensibilidad cromática, Guajardo crea atmósferas variadas donde fantasmas ocasionales están a punto de asombrar, pero no llegan a materializarse. En su obra no existe la sensación de figura y fondo, sino espacios fluctuantes, constantes. Dentro de esas extensiones reconocemos yuxtaposiciones dramáticas o apacibles de elementos en emplazamientos elocuentes. Aún y cuando sus superficies parecieran ser modulaciones continuas, el “acomodo" es crítico para la obra, la interdependencia evidente. La preocupación por la organización de ese flujo rítmico de color, tonalidad y textura es una constante en la obra de la artista. Extrae la máxima intensidad de una mancha de color, o explota la tensión entre un color menos denso y otro predominante en aparente deriva. Sin embargo, todo incidente se engloba en la continuidad de la superficie. Son las inflexiones de la misma las que crean sus “dibujos" y logran sólidas sugerencias de movimientos. Crea ritmos con un palpitar sincrónico o sincopado, siempre en plena sonoridad orquestal.
Su obra se inscribe dentro de lo gestual y el manejo amplio, más que en repetición de eventos pequeños. Esas variantes en superficies, ese lirismo pastoso y sensual, se convierten en portadores gestuales de la artista. Su abstraccionismo no niega referencias físico-emotivas, ni naturales, todo lo contrario, son su punto de partida.
Para Rosario Guajardo la superficie de la tierra es sólo la orilla del océano cósmico. Las aguas, el espacio, exigen su presencia y la invitan a continuar. Y en su osada trayectoria inmaterial nos involucra e immersa. Por tanto, al confrontarnos con diversas representaciones de El Diluvio que Viene, no nos queda más que cuestionar. Las preguntas afloran, las respuestas solo intrínsecas a la introspección de quien las aprehende.
Las siete enormes y orgánicas trompas de elefante “Esperando el diluvio", con sus respectivas variantes en color y textura, ¿emergen del Diluvio, lo vaticinan o propician?. ¿Invocan inmolándose o permanecen inmunes al inevitable devenir?. ¿O son totalmente ajenas al vínculo literal que la artista proporciona?
A pesar de la energía dinámica subyacente en sus composiciones, pictóricas o escultóricas, el arte de Guajardo es finalmente sereno, reflexivo, solitario, como solitaria es la cruzada artística de quien la emprende.
Texto de Jeannette Mehl
Maestría en Historia del Arte y Catedrática en Apreciación Estética.
Texto de la exposición “De cara al objeto"
Centro Cultural Plaza Fátima. Garza Garcia N.L., México
Garza Garcia N.L. Mayo 2006

ENTRE EL ÁREA, EL PLANO Y EL COLOR
Observando el trabajo de Rosario Guajardo y sin faltar a la verdad, bien podría dar inicio este texto diciendo que se trata de una obra eminentemente abstracta, que en ella prevalecen aspectos que se refieren más a la sintaxis de la pintura que a sus contenidos, que las intenciones son formalistas en tanto que se detiene, para llevar a cabo su composición, en las llamadas formas plásticas consideradas únicamente dentro de lo que son sus propias dimensiones y posibilidades y que aún y cuando en algunas obras nos podemos topar con imágenes concretas tomadas de una supuesta realidad visual, su presencia se debe más a un deseo por explotar las cualidades formales que le ofrece el "motivo" que por su capacidad significante.
Todo lo anterior me parece cierto pero también lo es que deja fuera otras posibilidades de aprehensión a lo hecho por Guajardo, así como tampoco explica su particularidad, o sea, lo que sólo llega a ser gracias a su aproximación -singular e íntima- a la obra pictórica, ni, además, tampoco lo hace acerca de su plenitud, aquellas características que lleva más allá de su ubicación dentro de una categoría.
Varias fueron las fuentes que permitieron que arribara, que se concibiera, que se produjera la obra abstracta, las hay de todo tipo, desde las sociales hasta las filosóficas, las espirituales, y las que hablan de una evolución autónoma de las formas. Sin perder de vista que se trata de una osadía - sobre todo si tomamos en cuenta la brevedad y fines de estas líneas -, todas ellas confluyen, de una u otra manera, en un punto tal que fue algo así, para los pintores de la segunda decena de este siglo como para los de este momento, como contar de pronto con un arsenal de trabajo por entero nuevo y que, precisamente por nuevo, había y hay que ir estudiando qué es lo que ofrece, hasta dónde se puede llegar con él, qué se puede hacer a su través, qué se dice y qué no, qué hace su distinción, qué su similitud.
No sólo fue el haber derribado los requisitos artificialmente construidos desde el Renacimiento acerca de la profundidad de la pintura como condición de la representación, ni el haber eliminado la incómoda necesidad de la narración que, cual lápida, pesaba sobre la obra pictórica, ni mucho menos el haber hecho a un lado el ilusionista mundo de la realidad entendida como dato perfectamente definido en su objetividad cognoscitiva, no, no sólo fue eso, sino que también, y quizás de mayor valor, permitió reconocer, o mejor dicho, empezar a conocer la verdadera esencia del trabajo de aquellos que con tanto ahínco se entregan, por medio del pigmento y la superficie, a vaciar su sensibilidad para y por fortuna de otros.
Esta esencia de la que hablo y que lo mismo ha sido lentamente reconocida por nosotros, el público, como por los propios productores, no es otra cosa que la expresión, esto es, la materialización de una serie de nuevos contenidos que, para lograrse, era menester contaran con otra vía que no fuera la marcada, la estipulada y sancionada por la tradición, la vía de la abstracción. ¿ No fue acaso esto mismo lo que nos trajo el mismo devenir de la sociedad occidental del siglo XX con sus movimientos sociales, el poder - que en ese entonces parecía ilimitado - de su ciencia y la irrefrenable invasión de su tecnología ? , ¿ cómo, entonces, saludar tan radicales cambios, cómo criticarlos, temerles, si no fuera por esta vía ?
Así pues, el que Rosario Guajardo opte por la producción de una obra "eminentemente abstracta" no es simplemente cuestión de pertenecer a tal o cual corriente, de ajustarse a esta o aquella etiqueta, sino de un compromiso por responder a lo que este momento le informa y le hace reaccionar; para ello, para expresar su sentir al respecto es que recurre a esta vía.
No quisiera dar a entender con ésto que la obra de Rosario Guajardo es portadora de densos y pesados contenidos existenciales, de profundas reflexiones filosóficas o de angustiados mensajes de crítica social, nada en su quehacer nos haría llegar a tan arbitrarias conclusiones, como nada en él nos autoriza a exponer lo que creemos es su intimidad, una tal que ni siquiera ella misma conocería.
Nada de eso, por lo contrario su trabajo exuda cuestiones más simples - y posiblemente por eso más directas y comprometedoras para quien las observa - : el gusto casi sensual y lúdico por el color, por la manera en que ahora cubre y ahora deja ver, por su expansión sobre la superficie, su contracción y reclusión; por las texturas que son las mismas de su ropa, de la comida que prepara, de la piel de sus hijos y la de tela que se deja pintar bajo su pincel. Y en cada una de las zonas que así va definiendo, con las que va dialogando para que se dejen ver, va abriendo espacios para que se manifieste el plano - el real y el literal - del que está construida su tela o papel, en y sobre ellos surgen los colores que no son únicamente pigmento sino materia, la materia a la que con tanto cariño le da forma, la apariencia, la posibilidad de ser tocada, ¡qué más da si con la vista o el cuerpo!
Rosario Guajardo hace pues, no de la vía abstracta, sino de su propia producción pictórica, ese medio a través del cual hombres y mujeres de nuestro siglo siguen aún informando a sus semejantes lo que todos tenemos en común, la vida de todos los días y la manera de apreciarla.
Xavier Moyssen L.
Curador, Crítico de Arte e Investigador Universidad de Monterrey Garza García, N.L.
Noviembre de 1991

LA LÍRICA DE LO CONCRETO
El entrenamiento artístico de Rosario Guajardo le ha permitido enfrentarse a diversos quehaceres, distintos pero entrelazados entre sí, que coadyuvan a la solidez técnica perceptible en sus obras. Me interesa remarcar este punto porque nos encontramos protagonizando uno de esos movimientos pendulares que vuelven a poner en primer término la propuesta, más que la fidelidad a un género (en este caso la pintura), mismo que garantiza la perdurabilidad de los productos.
En efecto : Rosario Guajardo es una pintora - pintora, como lo fue en su momento Lilia Carrillo (con quien ofrece coincidencias en cuanto al lenguaje) y como lo son en el momento actual Irma Palacios e Hilse Gradhwol.
El que las cuatro artistas sean mujeres es un hecho casual. Podría yo igualmente aludir a Antonio Peláez, Alfonso Mena Pacheco o a Juan Manuel de la Rosa. Si los vinculo entre sí es porque todos ello suelen expresarse dentro de la corriente de la abstracción lírica, aún y cuando no pertenezcan a una misma generación de artistas.
El privilegiar una modalidad expresiva que elimina la representación, sobre otras que admiten ese recurso, no es en sí ni mérito ni desventaja, pero habla de un cierto tipo de ascesis. El artista no representativo pretende que sus productos sean concretos.
Esto parecería a primera vista una paradoja que podría plantearse así : ¿La pintura abstracta está más cerca de lo que entendemos por "concreto" que la pintura figurativa? ¿Lo abstracto no es entonces lo concreto?
Entiendo aquí por concreto lo siguiente: La pintura de Rosario Guajardo y la de otros artistas se arma siguiendo únicamente los lazos que la propia organización del cuadro dicta. Estas "leyes" varían no sólo con cada artista, sino con cada cuadro. En la tela Similitudes II de Guajardo encontramos un área que se plantea como fondo en una atmósfera en la que "flotan" o "aparecen" figuras informes. Aquí hay otra paradoja ¿La pintura abstracta carece de figuras?
Carece sí, de figuras que identificamos por analogía con los elementos del mundo cotidiano, pero eso no quiere decir que las formas no existan. Una mancha, una configuración que semeja una faja o el área coloreada y texturada que tiene límites precisos es una forma. A veces todo parece ser atmósfera, como en el nebuloso cuadro obscuro Ni Soles Ni Lunas que ostenta un signo rojo tipo Hai-Ku en el cuadrante inferior izquierdo. En contraste con la parca orquestación de esta pintura, la viveza cromática del cuadro De Rojos no ofrece respiro a los ojos, que siguen reteniendo la superficie lumínica aún y cuando la mirada se encuentre posada en otra parte.
Este es el tipo de "leyes" que ciñen los cuadros de Rosario Guajardo. En De Rojos aparecen sutiles formas semejantes a libélulas perdidas, Ir y Devenir, ofrece en cambio una serie de elementos cargados del lado derecho de la composición, mientras que más de la mitad del área izquierda es un arpegio en azules y grises.
Muy cerca de la poesía, muy cerca de la música se encuentra este tipo de pintura que Theophile Gautier "visualizo" por escrito en su narración Mlle. de Maupin, mucho antes de que hacia 1910, Wassily Kandinsky publicara "De lo espiritual en el arte", a tiempo que experimentaba con sus primeras acuarelas abstractas.
La historia del arte en el siglo XX nos demuestra que aquella tendencia, mal llamada "L' informel" lejos se encuentra de haber agotado los léxicos que ofrece. Habrá inevitables convergencias, eso es cierto, pero al mismo tiempo existen tantas variantes como improntas personales hay de cada pintor que venera la pintura.
Dra. Teresa del Conde
Museo de Arte Moderno
México, D.F. Enero de 1993