Compilación de textos sobre la obra de Rosario Guajardo
Published by Adriana Cantoral,
DE CARA AL OBJETO
Rosario Guajardo es una hacedora de espacios: espacios conceptuales y actuales, espacios
míticos o físicos, conquistados o consabidos, contenidos o inconmensurables, espacios que
irrumpen y a la vez contienen un arrollador silencio oculto donde los objetos y las formas son un
misterio: evocan e invocan.
Dentro del lenguaje abstracto, Guajardo crea un estilo lírico y contemplativo, manteniendo
una perfecta concomitancia entre lo intuitivo y el cálculo inspirado. Su discurso es elemental,
cosmogónico, primigenio. La suya es una voz en fuga cósmica consciente de que lo conocido es
finito y lo desconocido infinito.
Con una aguda sensibilidad cromática, Guajardo crea atmósferas variadas donde fantasmas
ocasionales están a punto de asombrar, pero no llegan a materializarse. En su obra no existe la
sensación de figura y fondo, sino espacios fluctuantes, constantes. Dentro de esas extensiones
reconocemos yuxtaposiciones dramáticas o apacibles de elementos en emplazamientos
elocuentes. Aún y cuando sus superficies parecieran ser modulaciones continuas, el “acomodo" es
crítico para la obra, la interdependencia evidente. La preocupación por la organización de ese flujo
rítmico de color, tonalidad y textura es una constante en la obra de la artista. Extrae la máxima
intensidad de una mancha de color, o explota la tensión entre un color menos denso y otro
predominante en aparente deriva. Sin embargo, todo incidente se engloba en la continuidad de la
superficie. Son las inflexiones de la misma las que crean sus “dibujos" y logran sólidas sugerencias
de movimientos. Crea ritmos con un palpitar sincrónico o sincopado, siempre en plena sonoridad
orquestal.
Su obra se inscribe dentro de lo gestual y el manejo amplio, más que en repetición de
eventos pequeños. Esas variantes en superficies, ese lirismo pastoso y sensual, se convierten en
portadores gestuales de la artista. Su abstraccionismo no niega referencias físico-emotivas, ni
naturales, todo lo contrario, son su punto de partida.
Para Rosario Guajardo la superficie de la tierra es sólo la orilla del océano cósmico. Las aguas,
el espacio, exigen su presencia y la invitan a continuar. Y en su osada trayectoria inmaterial nos
involucra e immersa. Por tanto, al confrontarnos con diversas representaciones de El Diluvio que
Viene, no nos queda más que cuestionar. Las preguntas afloran, las respuestas solo intrínsecas a la
introspección de quien las aprehende.
Las siete enormes y orgánicas trompas de elefante “Esperando el diluvio", con sus
respectivas variantes en color y textura, ¿emergen del Diluvio, lo vaticinan o propician?. ¿Invocan
inmolándose o permanecen inmunes al inevitable devenir?. ¿O son totalmente ajenas al vínculo
literal que la artista proporciona?
A pesar de la energía dinámica subyacente en sus composiciones, pictóricas o escultóricas,
el arte de Guajardo es finalmente sereno, reflexivo, solitario, como solitaria es la cruzada artística de
quien la emprende.
Texto de Jeannette Mehl
Maestría en Historia del Arte y Catedrática en Apreciación Estética.
Texto de la exposición “De cara al objeto"
Centro Cultural Plaza Fátima. Garza Garcia N.L., México
Garza Garcia N.L. Mayo 2006
ENTRE EL ÁREA, EL PLANO Y EL COLOR
Observando el trabajo de Rosario Guajardo y sin faltar a la verdad, bien podría dar inicio este texto
diciendo que se trata de una obra eminentemente abstracta, que en ella prevalecen aspectos que
se refieren más a la sintaxis de la pintura que a sus contenidos, que las intenciones son formalistas
en tanto que se detiene, para llevar a cabo su composición, en las llamadas formas plásticas
consideradas únicamente dentro de lo que son sus propias dimensiones y posibilidades y que aún y
cuando en algunas obras nos podemos topar con imágenes concretas tomadas de una supuesta
realidad visual, su presencia se debe más a un deseo por explotar las cualidades formales que le
ofrece el "motivo" que por su capacidad significante.
Todo lo anterior me parece cierto pero también lo es que deja fuera otras posibilidades de
aprehensión a lo hecho por Guajardo, así como tampoco explica su particularidad, o sea, lo que sólo
llega a ser gracias a su aproximación -singular e íntima- a la obra pictórica, ni, además, tampoco lo
hace acerca de su plenitud, aquellas características que lleva más allá de su ubicación dentro de una
categoría.
Varias fueron las fuentes que permitieron que arribara, que se concibiera, que se produjera la obra
abstracta, las hay de todo tipo, desde las sociales hasta las filosóficas, las espirituales, y las que
hablan de una evolución autónoma de las formas. Sin perder de vista que se trata de una osadía -
sobre todo si tomamos en cuenta la brevedad y fines de estas líneas -, todas ellas confluyen, de una
u otra manera, en un punto tal que fue algo así, para los pintores de la segunda decena de este siglo
como para los de este momento, como contar de pronto con un arsenal de trabajo por entero
nuevo y que, precisamente por nuevo, había y hay que ir estudiando qué es lo que ofrece, hasta
dónde se puede llegar con él, qué se puede hacer a su través, qué se dice y qué no, qué hace su
distinción, qué su similitud.
No sólo fue el haber derribado los requisitos artificialmente construidos desde el Renacimiento
acerca de la profundidad de la pintura como condición de la representación, ni el haber eliminado la
incómoda necesidad de la narración que, cual lápida, pesaba sobre la obra pictórica, ni mucho
menos el haber hecho a un lado el ilusionista mundo de la realidad entendida como dato
perfectamente definido en su objetividad cognoscitiva, no, no sólo fue eso, sino que también, y
quizás de mayor valor, permitió reconocer, o mejor dicho, empezar a conocer la verdadera esencia
del trabajo de aquellos que con tanto ahínco se entregan, por medio del pigmento y la superficie, a
vaciar su sensibilidad para y por fortuna de otros.
Esta esencia de la que hablo y que lo mismo ha sido lentamente reconocida por nosotros, el
público, como por los propios productores, no es otra cosa que la expresión, esto es, la
materialización de una serie de nuevos contenidos que, para lograrse, era menester contaran con
otra vía que no fuera la marcada, la estipulada y sancionada por la tradición, la vía de la abstracción.
¿ No fue acaso esto mismo lo que nos trajo el mismo devenir de la sociedad occidental del siglo XX
con sus movimientos sociales, el poder - que en ese entonces parecía ilimitado - de su ciencia y la
irrefrenable invasión de su tecnología ? , ¿ cómo, entonces, saludar tan radicales cambios, cómo
criticarlos, temerles, si no fuera por esta vía ?
Así pues, el que Rosario Guajardo opte por la producción de una obra "eminentemente abstracta"
no es simplemente cuestión de pertenecer a tal o cual corriente, de ajustarse a esta o aquella
etiqueta, sino de un compromiso por responder a lo que este momento le informa y le hace
reaccionar; para ello, para expresar su sentir al respecto es que recurre a esta vía.
No quisiera dar a entender con ésto que la obra de Rosario Guajardo es portadora de densos y
pesados contenidos existenciales, de profundas reflexiones filosóficas o de angustiados mensajes
de crítica social, nada en su quehacer nos haría llegar a tan arbitrarias conclusiones, como nada en él
nos autoriza a exponer lo que creemos es su intimidad, una tal que ni siquiera ella misma conocería.
Nada de eso, por lo contrario su trabajo exuda cuestiones más simples - y posiblemente por eso
más directas y comprometedoras para quien las observa - : el gusto casi sensual y lúdico por el
color, por la manera en que ahora cubre y ahora deja ver, por su expansión sobre la superficie, su
contracción y reclusión; por las texturas que son las mismas de su ropa, de la comida que prepara,
de la piel de sus hijos y la de tela que se deja pintar bajo su pincel. Y en cada una de las zonas que
así va definiendo, con las que va dialogando para que se dejen ver, va abriendo espacios para que
se manifieste el plano - el real y el literal - del que está construida su tela o papel, en y sobre ellos
surgen los colores que no son únicamente pigmento sino materia, la materia a la que con tanto
cariño le da forma, la apariencia, la posibilidad de ser tocada, ¡qué más da si con la vista o el cuerpo!
Rosario Guajardo hace pues, no de la vía abstracta, sino de su propia producción pictórica, ese
medio a través del cual hombres y mujeres de nuestro siglo siguen aún informando a sus
semejantes lo que todos tenemos en común, la vida de todos los días y la manera de apreciarla.
Xavier Moyssen L.
Curador, Crítico de Arte e Investigador
Universidad de Monterrey
Garza García, N.L.
Noviembre de 1991
LA LÍRICA DE LO CONCRETO
El entrenamiento artístico de Rosario Guajardo le ha permitido enfrentarse a diversos quehaceres,
distintos pero entrelazados entre sí, que coadyuvan a la solidez técnica perceptible en sus obras. Me
interesa remarcar este punto porque nos encontramos protagonizando uno de esos movimientos
pendulares que vuelven a poner en primer término la propuesta, más que la fidelidad a un género
(en este caso la pintura), mismo que garantiza la perdurabilidad de los productos.
En efecto : Rosario Guajardo es una pintora - pintora, como lo fue en su momento Lilia Carrillo (con
quien ofrece coincidencias en cuanto al lenguaje) y como lo son en el momento actual Irma Palacios
e Hilse Gradhwol.
El que las cuatro artistas sean mujeres es un hecho casual. Podría yo igualmente aludir a Antonio
Peláez, Alfonso Mena Pacheco o a Juan Manuel de la Rosa. Si los vinculo entre sí es porque todos
ello suelen expresarse dentro de la corriente de la abstracción lírica, aún y cuando no pertenezcan a
una misma generación de artistas.
El privilegiar una modalidad expresiva que elimina la representación, sobre otras que admiten ese
recurso, no es en sí ni mérito ni desventaja, pero habla de un cierto tipo de ascesis. El artista no
representativo pretende que sus productos sean concretos.
Esto parecería a primera vista una paradoja que podría plantearse así : ¿La pintura abstracta está
más cerca de lo que entendemos por "concreto" que la pintura figurativa? ¿Lo abstracto no es
entonces lo concreto?
Entiendo aquí por concreto lo siguiente: La pintura de Rosario Guajardo y la de otros artistas se arma
siguiendo únicamente los lazos que la propia organización del cuadro dicta. Estas "leyes" varían no
sólo con cada artista, sino con cada cuadro. En la tela Similitudes II de Guajardo encontramos un
área que se plantea como fondo en una atmósfera en la que "flotan" o "aparecen" figuras informes.
Aquí hay otra paradoja ¿La pintura abstracta carece de figuras?
Carece sí, de figuras que identificamos por analogía con los elementos del mundo cotidiano, pero
eso no quiere decir que las formas no existan. Una mancha, una configuración que semeja una faja
o el área coloreada y texturada que tiene límites precisos es una forma. A veces todo parece ser
atmósfera, como en el nebuloso cuadro obscuro Ni Soles Ni Lunas que ostenta un signo rojo tipo
Hai-Ku en el cuadrante inferior izquierdo. En contraste con la parca orquestación de esta pintura, la
viveza cromática del cuadro De Rojos no ofrece respiro a los ojos, que siguen reteniendo la
superficie lumínica aún y cuando la mirada se encuentre posada en otra parte.
Este es el tipo de "leyes" que ciñen los cuadros de Rosario Guajardo. En De Rojos aparecen sutiles
formas semejantes a libélulas perdidas, Ir y Devenir, ofrece en cambio una serie de elementos
cargados del lado derecho de la composición, mientras que más de la mitad del área izquierda es un
arpegio en azules y grises.
Muy cerca de la poesía, muy cerca de la música se encuentra este tipo de pintura que Theophile
Gautier "visualizo" por escrito en su narración Mlle. de Maupin, mucho antes de que hacia 1910,
Wassily Kandinsky publicara "De lo espiritual en el arte", a tiempo que experimentaba con sus
primeras acuarelas abstractas.
La historia del arte en el siglo XX nos demuestra que aquella tendencia, mal llamada "L' informel"
lejos se encuentra de haber agotado los léxicos que ofrece. Habrá inevitables convergencias, eso es
cierto, pero al mismo tiempo existen tantas variantes como improntas personales hay de cada pintor
que venera la pintura.
Dra. Teresa del Conde
Museo de Arte Moderno
México, D.F.
Enero de 1993




