Rubén Contreras
Published by Adriana Cantoral,
Rubén Contreras
De costumbrismos lejanos, nostálgicos y decimonónicos se componen los majestuosos paisajes de Rubén Contreras. El pintor domina, con sus sensibles pinceladas, las imponentes vistas del valle de México, sus alrededores y demás regiones campestres mexicanas. Detalla con esmero sus orografías, hidrografías, cielos, ecosistemas y, en especial, la sutil presencia humana que nos sugiere una atmósfera contemplativa. De tal modo, en sus sendas sinuosas, que se pierden entre la flora y el lomerío arbolado, podemos imaginarnos quién o quiénes anduvieron por ahí. Asimismo, en sus campos arados y sembrados, con el ganado apacible, podemos figurarnos la llegada de los pastores. Inclusive, a veces retrata a campesinos de espaldas, de perfil, a la distancia o de manera indefinida. Tal cual seres silenciosos, caminando con disimulo, siendo parte de la tierra y manteniendo una tranquilidad digna de pintarse.
Por eso y más, su paisajismo nos recuerda a grandes maestros como Landesio, Velasco, Dr. Atl, Herrán, Nishizawa, entre otros. Nuestro autor transita, con suma habilidad, de una paleta de ocres a una de transparencias o de cerúleos. Sus nubes nos cautivan por sus blancos y rosados, sus parajes semidesérticos por sus amarillos, sus extensas llanuras y valles por sus verdes y sus montañas y volcanes remotos por sus azules. Justamente, es fascinante el protagonismo de estos últimos o bien, de alguna cactácea en primer plano. Por ello, la particular definición panorámica nos habla de un excelente manejo de la luz, de una profunda conciencia por el color, así como de su uso y combinaciones. En ocasiones, se acerca a los trazos y composiciones impresionistas, no obstante, su característico realismo. De cualquier forma, sus escenas campiranas tienden a la claridad conjugada con toques oscuros, a la calma y serenidad, a la luminosidad armónica, a la apreciación por la nitidez y a la uniformidad de las tonalidades.
Pero además de plasmar el exterior, el contacto directo con la naturaleza y los amplios terruños al óleo, Rubén Contreras pinta figura humana y piezas realistas, al igual que escenarios domésticos y cotidianos. En esas obras apreciamos hermosas mujeres con el torso desnudo mostrándonos la sensualidad de sus rostros, pechos y pubis, a la vez que bodegones, objetos comunes como trompos, canicas, recipientes de vidrio, libros de arte, pinceles, cerraduras, cadenas, puertas y flores que conforman un complejo imaginario que se distingue, en mayor medida, por el artificio de sus elementos. Por lo tanto, no solamente en la campiña el artista encuentra belleza por doquier, sino también en el cuerpo femenino al natural, en los rostros de ellas, en los tonos llamativos de las frutas, en los juguetes, en la traslucidez y el efecto reflejo del cristal, en las páginas de la historia del arte y en algo tan poco estético como un candado, una reja o una puerta de madera desgastada. Estamos pues, ante un creador prolífico.
Adriana Cantoral




