Jaime Lupercio

El arte de Jaime Lupercio danza junto con los chinelos, el bullicio del pueblo bailante, las guitarras, platillos, trompetas y percusiones a medio afinar, algunas voces aún prehispánicas, las gestualidades coloniales, las indumentarias folklóricas y un ánimo de incomprensión, a la vez que de júbilo, en torno al complejo mestizaje novohispano. Ese sincretismo está latente en sus indefinidos personajes que nos miran perplejos desde la subconsciencia. Son provenientes de un extenso linaje de colores, en especial de la familia de rojos, azules y amarillos. De tal modo, esas gamas cálidas se cortejan ardientemente en la paleta y engendran nuevos tonos vibrantes en la tela. Sin duda, una fiesta cromática, una coloración sensual, una algarabía pura de sensaciones ópticas y sensibilidades visuales se escapan incansablemente de sus lienzos. Sus carmesíes, magentas, violetas, blancos, ocres iluminados y añiles vehementes excitan, alucinan, electrizan, apasionan y estimulan a las miradas curiosas que tocan. Es innegable que sus pinceladas coloridas trastornan y transforman al observador. Es posible, también, percibir el disfrute, el goce, la fascinación, la alegría y la fuerza con la que son plasmadas por el pintor.
En sus obras entidades fantásticas, personalidades lúdicas, fábulas personificadas y demás seres juguetones nos relatan escenas de un realismo mágico mexicano disfrazado de expresionismo abstracto. La tesitura, las texturas y los relieves de sus matices nos adentran en cuentos de pintura, líneas remarcadas y materia. En historias de dibujos cotidianos en los que las soluciones pictóricas culminan en desenlaces extraordinarios. Describen un inconsciente intacto, un imaginario infantil y virginal, en el que se concentra el asombro por el origen de la existencia. En el sitio del alma donde resuena y se impulsa lo erótico y sexual en su forma más abstracta y unitaria. En el lugar del espíritu alcanzado por las ondas luminosas de carmín, turquesa e índigo. En lo más primario del ser. En el hábitat de atmósferas de la psique, trazos arcaicos, composiciones tribales, rostros con gestos exacerbados y aires prehistóricos que cautivan en una suerte de misticismo en bruto. Cabe destacar que ese carácter primitivo se basa en la natural proporción de sus figuras y elementos. Incluso, hay una musicalidad de ciertos patrones gráficos mesoamericanos.
En definitiva, el artista es un narrador de mitos plásticos que, gracias a tonalidades selectas muy trabajadas y estudiadas, nos muestran escenarios tanto populares y comunes como chamánicos e iniciáticos. Por lo tanto, en sus creaciones vemos pulsiones colectivas de celebración por la vida, a la vez que manifestaciones internas, inocentes y crudas de la misma.
Adriana Cantoral
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