Mauricio Castillo

Los desnudos femeninos de Mauricio Castillo parecen surgir de la mirada externa que desviste, que fotografía, que se inspira en vivo, así como de recuerdos y vivencias. Las mujeres que pinta son un tanto impersonales, ya que pueden habitar en la imaginación de cualesquiera que las desee, piense y sueñe. En las telas, la blancura de su piel las convierte en sirenas o en delicados poemas entre las claras sábanas. La hermosura de sus cuerpos se ilumina especialmente en sus pechos. Ellas yacen sensualmente en un figurativismo, de pinceladas casi hiperrealistas en ocasiones, que invita al goce estético de observarlas sin más. Por otro lado, en sus dibujos eróticos, el artista se desinhibe totalmente, pues traza una corporeidad más estrujada, exagerada, cruda y explícita en la que una sola línea nos adentra en la vulva, en su vellosidad, en el placer, en el deleite de la carne... lo mismo con los pezones dispuestos al disfrute sexual. Al parecer, su erotismo gráfico sigue el camino de exponentes como Tolouse Lautrec, Gustav Klimt, Egon Schiele, Amedeo Modigliani, a la vez que mexicanos como Francisco Corzas y José Luis Cuevas.
En sus autorretratos explora diversos estados de ánimo. En algunos se representa en personalidades felinas, otras ataviado de bellas anatomías femeninas, a veces con el rostro desproporcionado o alterado y otras más en actitud reflexiva y contemplativa. No cabe duda que su fascinación por los rasgos faciales, la figura humana, particularmente la de la mujer, el expresionismo y lo neofigurativo desbordan sus obras. De tal forma, con talento dibujístico crea personajes urbanos en situaciones cómicas o que son atravesados por cables de luz, varios de ellos poseen semblantes de horror y espanto, también dibuja postes que figuran como seres callejeros, no se digan sus intrigantes angelas citadinas con los genitales expuestos y, en general, con posturas abiertas que acompañan a los ángeles caídos que protegen y custodian a la ciudad.
Dentro de lo prolífico y versátil de su arte, en los últimos años, destaca su tendencia por plasmar en el lienzo cosas comunes y corrientes como botellas viejas de refresco, empaques vacíos de comida chatarra, golosinas, postres y más a manera de tributo u homenaje, ya sea por el hedonismo sensorial que encierran, su apariencia anticuada y nostálgica o por su carácter desechable y de consumo. En ese sentido, el pintor las transforma, de un modo pop e ilustrativo, en objetos de culto masivos que traen al presente agradables sensaciones y remembranzas. Asimismo, su ingeniosa lotería da cuenta de sus dones histriónicos y protagónicos, pero reflejados en íconos del ideario popular mexicano. Si bien, el autor es un mosaico colorido de curiosidades, literalmente, puesto que le embelesa tanto lo retro, lo vintage, las antigüedades, el coleccionismo, lo kitsch, el encanto de lo doméstico, los barrios de antaño de la ciudad de México, los pueblos tradicionales, el manejo de la luz en sus composiciones, las evocaciones emotivas en sus temas, la atención hacia los más mínimos detalles de sus pinturas, como la espléndida belleza de la mujer desnuda.
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Adriana Cantoral