Nurhi Calleja

La integración de lo orgánico con el arduo trabajo abstracto es más que evidente en las obras de Nurhi. De ese modo, la artista evoca en primer plano referentes biomórficos, tales como flores, plantas o paisajes campiranos que conversan con pinceladas rectas y geométricas que se desdibujan en un segundo plano. De alguna manera codifica sus telas en agradables azules, armónicos rosas, sutiles amarillos y tranquilizantes blancos. Por ello, sus lienzos son espacios pacíficos y meditativos que nos remiten a la naturaleza en abundancia y en pureza. Precisamente, en la sencillez de sus elementos compositivos, relieves y texturas los cuadros transpiran una densidad espiritual, una carga intangible, que proviene de lo más hondo del alma de la autora. Esa emanación, sin duda, nos provoca estados de calma, fluidez, sosiego, así como despertares de consciencia.
Para Nurhi el arte es un medio de transformación, de evolución, y de libertad en donde lo más valioso es el mensaje emotivo y energético que plasma en sus piezas. Inclusive, los fondos de las mismas simplemente sirven como sustentos y emisores sensibles que vibran con los códigos de luz, amor, bienestar, plenitud y cualquier sentimiento de beneplácito. No hace falta descifrarlos, pues el espíritu por sí solo recibe lo simbólico que, en este caso, se colorea de una alegre, estimulante e iluminada gama. Podríamos decir que la creadora siembra en el soporte pictórico agua, tierra, aire, fuego y éter para después cosechar, con espátulas y pinceles, frutos coloridos que nutran al ser. Todo ello en una conexión de estilos que van desde lo postimpresionista y expresionista hasta la abstracción lírica y algo de figuración.
Por otro lado, sus esculturas labran la figura humana en su acepción femenina y masculina. De tal manera, desnudos, manos, aves y rostros forman parte de su producción que también conserva ese sello místico. Por lo tanto, las formas, figuras, tonalidades y demás se impregnan en nuestro inconsciente gracias a su característica estética resonante, palpitante. Es innegable que Nurhi retrata la belleza, detrás de su mirada femenina, de lo impalpable, lo inmaterial, de aquello que solo es visible con los ojos del espíritu y apreciado por el gusto del alma. Hay entonces, un goce y un regocijo visual por entre sus colores, luces, sombras, desvanecimientos, marcas, gestualidades, contornos, siluetas, cadencias, musicalidades y trazos que nos aportan una indescriptible sensación de júbilo y una grata experiencia sensual de felicidad.
Adriana Cantoral