Adán Paredes

La cerámica de Adán Paredes es la comunión abstracta entre la tierra, el agua, el aire y el fuego. Esa compenetración de los elementos naturales es una suerte de rito que purifica al barro en su más bella desnudez. Con una sensualidad de texturas ásperas, rugosas y porosas en contraste con las lisas y de apariencia suave o pulida sus creaciones poseen ese cálido carácter natural e impoluto, inclusive orgánico. Hay, por lo tanto, una reverencia hacia los materiales terrestres en sus obras. En ellas apreciamos un instante de la creación divina del hombre y la mujer, un preludio de manifestaciones rupestres, una mirada a los ceramistas y alfareros prehispánicos y, finalmente, un respeto profundo por el sello de las llamas ardientes que dan vida. Así son sus esculturas; alquímicas, espirituales y diáfanas, en diálogo continuo con los polvos de la Tierra.
Adán es un buscador de vestigios en las entrañas del suelo, un admirador de las civilizaciones que habitaron lo que hoy conocemos como México. Sin duda, lo arqueológico desempeña un papel fundamental en su trabajo artístico, pues en sus composiciones observamos el influjo estético de monolitos tribales y totémicos, petrograbados, deidades labradas en rocas, dinteles, estelas, glifos, patrones geométricos, así como diseños de recipientes, urnas y otros utensilios. De alguna manera, tras la quema, revive ese encuentro; ese contacto anacrónico del ser humano con la piedra que, en este caso se torna rojiza, terrosa, arenosa o marmórea, en ocasiones dotada de dramatismo y gestualidad, otras depurada y lozana y a veces modificada por los efectos de la intemperie.
A partir de una abstracción libre y elegante Adán cuenta con proyectos de elaborados pisos de mosaicos, paneles de finas grecas y trazados, estructuras de pared que simulan textiles, husos y malacates, murales de complejos cubos y cuadrados, esculturas en relieve, personajes migrantes, relojería, vajillas de alta cocina, juegos de ajedrez, ladrillos hechos a mano, instalaciones móviles verticales conformadas por miles de pequeños fragmentos, tzompantlis, piezas monumentales, entre tantos más. Cabe destacar que los comunes denominadores de su cerámica son la musicalidad al tacto, la integración con los espacios interiores y exteriores, el cuidado del más mínimo detalle, a la vez que el juego de tamaños y proporciones.
En consecuencia, Adán se debe al barro, le es devoto. Como un acto de fe moldea, humedece y siente las arcillas y arenas de la tierra para dar forma a esa materia abstracta, después la deja pacientemente al libre albedrío del viento y, por último, la arde en las sacramentales llamaradas de la lumbre.
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Adriana Cantoral