Beatriz Villavicencio

Lo que constituye al cuerpo, los límites que lo conforman, así como el arrojo y lo motriz del mismo están latentes en las obras de Beatriz Villavicencio. De ese modo, en ellas observamos el esfuerzo humano por persistir a través de su movilidad corporal, la fuerza para extender y dirigir la piel, al igual que la plasticidad propia de la carne, músculos, huesos y demás componentes orgánicos. Sin duda, para la autora lo corpóreo es un repositorio vivo retacado de emociones, pensamientos y expresiones en constante dinamismo, transformación y expansión. Por eso destacan en sus telas las líneas, volúmenes, luces y sombras que describen esa corporalidad única de cada persona, esa cualidad intrínseca de mantenerse, ser y estar en una compleja individualidad.

Asimismo, femenino y masculino, dos consciencias distintas, se manifiestan por igual en sus lienzos, pues están hechos con los mismos trazos y comparten la identidad en cuanto a movimiento o reposo se refiere. Llaman la atención la fuerza de sus pies, piernas, manos y brazos. Pareciera entonces, que sus personajes bailan en la danza de la vida y se detienen por momentos para interactuar y relacionarse con un otro, real o imaginario, a través de abrazos, entrecruzamientos y compenetraciones. Por supuesto que el alma humana también está plasmada dentro de esos seres. Por lo tanto, lo estético y lo espiritual del cuerpo, tanto de hombres como de mujeres, confluyen bellamente en la desnudez figurativa del blanco y negro, a la vez que en los accidentes visuales del carboncillo y el agua.

Por otro lado, lo inconsciente, lo ancestral y lo existencial se reflejan en sus enigmáticos rostros del pasado, semblantes del tiempo, los cuales dan la impresión de ser retratos en papiros antiguos, inscripciones de máscaras en piedra o dioses tallados en rocas. De cualquier manera, sus rasgos faciales se asoman al presente para recordarnos vidas anteriores, otros espíritus que fuimos, cuerpos que habitamos y almas remotas con las que nos relacionamos. Son una suerte de mensajeros del más allá que con su quietud, experiencia y sabiduría nos transmiten la importancia de vivir en el intrigante instante del aquí y el ahora. Algunos permanecen despiertos, mientras que otros dormitan y a pesar de su atemporalidad se nos muestran cercanos y expresivos.

Esas caras además de hablarnos de las distintas existencias, de la misma manera, nos llevan a reflexionar sobre las intuiciones, lo que vemos y lo que no, aquello que decimos y aquello que callamos, lo que escuchamos y lo que no oímos, así como los estados de ánimo que expresamos o reprimimos. En definitiva, la creadora basa su arte en el ámbito de lo corpóreo, en todas sus derivaciones filosóficas y antropológicas, tales como su sentido de espiritualidad, sus enfoques duales de materia y forma, su libertad, sus principios y fines, sus movimientos, sus causas y, en especial, su esencia de ser humano.
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Adriana Cantoral