Boris Castro

Las acuarelas de Boris Castro son naturaleza misma pintada a mano. Con ayuda del agua, la artista traza pétalos humedecidos por el alba, atmósferas florales impregnadas de la bruma de la aurora, corolas que se abren en el día y se cierran por la noche, un poco figurativas y otro más abstractas, delicados insectos que merodean las plantas, hojas que se mueven en sintonía con sus tallos, en resumen, pinceles que describen vidas vegetales. La autora crea a partir de técnicas orientales clásicas y de tal manera, a veces se pierde entre las formas de las flores, mientras que en otras ocasiones dibuja siluetas negras que detalla con azules, púrpuras, rosados o amarillos.
No cabe duda que la pintora capta ese dinamismo floral de las rosas, violetas, magnolias, flores de loto, al igual que de cerezos, bambúes, orquídeas y crisantemos al estilo sumi-e. Sabe bien con cuanto fluido vital colorearlas, sombrearlas, iluminarlas y vivificarlas, a la vez que respeta sus tiempos de secado. Sus manos y su ser meditan antes de escribir con acuarelas, verdes y lilas, grises y tierras, contornos naturales que se extienden por encima del papel mostrando su belleza y cadencia. Llama la atención como con unas cuantas manchas húmedas y coloridas, varias aguadas y suaves veladuras conforma ese magnífico universo de florestas, con tonos mágicos, armónicos, en trazos sueltos y livianos.


Acrílico, óleo, arenas y polvo de mármol como la conjunción estética de trazos, pinceladas, manchas y gestualidades, sumamente expresivas, van describiendo las texturas, accidentes y relieves de las obras de Boris Castro. De tal manera, en ellas encontramos tanto figuras y formas orgánicas como abstracciones. A veces se pintan con la sobriedad de tonos dorados, plateados, claros y oscuros, mientras que en otras con la algarabía de colores primaverales, tales como rosas, azules, verdes y amarillos. En ese sentido, las flores siguen apareciendo en sus lienzos como temas recurrentes, ya que simbolizan pensamientos fugaces y coloridos que constantemente se están transformando y moviendo.
En cuanto a su abstraccionismo, éste halla en los morados, rojos, blancos, negros, grises, ocres y tierras un armónico y generoso arrastre de espátulas. Sin duda, esas composiciones nos acercan a lo geométrico, a las líneas rectas, a las cuadraturas abiertas de luces y sombras y a los gestos libres, o bien, controlados. Aquí lo floral se transforma en materia densa que se adhiere con resistencia y fuerza sobre la tela. Por lo tanto, la artista se ha internado en los destellos de la ciudad, en el centro de la tierra, bajo del mar, en medio del cielo, en lo introspectivo, en el dibujo libre, en la experimentación de lo abstracto en sí mismo, en la indagación del espacio pictórico, en la magia de una paleta enriquecida de mezclas y combinaciones y en un pincel implacable para con la pintura.

Adriana Cantoral