Gabriel Rivera

Las depuraciones formales de las esculturas de Gabriel Rivera nos hablan de la figura humana, así como de los contornos orgánicos. De tal modo, su lenguaje se basa en la curvatura de la línea y en el juego continuo de los trazos circulares. Elipses eternas describen sus piezas. Ciclos que comienzan y terminan por siempre. Asimismo, observamos en sus obras diagonales que proyectan dinamismo y esferas vistas transversalmente o distorsionadas que, a su vez, producen un efecto visual de movimiento. Todo ello, en su mayoría, en un estilo abstracto que busca ritmos y perspectivas desde diversas circunferencias y siluetas ovaladas. En consecuencia, su arte versa sobre las distintas manifestaciones del alma infinita.
Por otro lado, el escultor mantiene un equilibrio en sus creaciones entre la liviandad y la pesadez. El vacío se marca en función de las formas de la composición logrando así, una estética sinuosa, ondulante, matérica y con cierta densidad. Según cómo se orienten las luces y las sombras en sus esculturas podremos apreciar distintas asimetrías, cavidades, recovecos, vericuetos, superficies convexas o cóncavas, seres enrollados o enredados en sí mismos, entes en proceso de descubrir su consciencia, esencias desplegadas al exterior y, especialmente, la representación del eterno retorno al principio del ser. Cabe destacar que esas oquedades y huecos interiores fungen como túneles y accesos directos hacia lo más profundo del espíritu.
Las texturas de sus piezas, a veces rugosas, porosas, lisas o neutras, mientras que otras brillosas, coloridas y llamativas las consigue por medio de varios procedimientos con altas temperaturas, lijados, pulidos y reacciones químicas, al igual que con la constante experimentación de los elementos plásticos. Es curioso que sus esculturas se van haciendo a partir de la nada, es decir, desde las varillas, literalmente, hasta la construcción final. En ese desarrollo escultórico Gabriel va añadiendo diferentes capas de materiales, definiendo las formas y por último detallando el acabado. Sin duda, en su abstraccionismo hallamos una noción íntima del espacio rodeado de belleza.
En cuanto a sus desnudos femeninos, éstos se distinguen por el cuidado de la expresión de la feminidad, la simbolización de la maternidad y, en general, el concepto de ser mujer. De la misma manera, es innegable el componente erótico en el momento de esculpir sus cuerpos…con sus curvas bien delineadas, con una sensualidad repleta de redondeces, con una voluptuosidad ondeante, con una obligada referencia a la fertilidad, como fuente de vida, con unas posturas ligeramente sugerentes, pero también recatadas y con un deleite para la mirada masculina. En fin, se podría afirmar que su obra es una abstracción misma de lo femenino, un homenaje y una celebración a la vida.
Adriana Cantoral