Gabriela Bonilla


Las fotografías de Gabriela Bonilla atestiguan horas inciertas, momentos que se pintan desde matices dorados hasta cerúleos y viceversa. Ella es una cazadora implacable de amaneceres, atardeceres y aquellos instantes en los que la luz solar empieza a desaparecer o aparecer irradiando rojos, amarillos y azules. Esa luminosidad mágica la encuentra tanto en la costa como en la ciudad más recóndita. Es una viajera asidua; sensible a lejanas latitudes, culturas milenarias y escenarios de ensueño. Asimismo, es una observadora nata del firmamento, de sus movimientos, misterios, enigmas y melodías. Sin duda, en varias de sus instantáneas podemos apreciar una cierta iridiscencia a la distancia.
Su sensibilidad paisajística le permite perseguir la iluminación natural y hacer magníficas composiciones del mar, el sol y el cielo. En ellas, el océano pacífico contempla el escape fugaz del astro rey, así como su colorida aparición por el horizonte, a veces escandalosa, otras sigilosa, en ocasiones monocromática. No se diga de su habilidad para capturar las formas, texturas y tonalidades del agua marina vista desde la playa. Ese devenir eterno de las olas en espuma y blancura. Y qué decir cuando retrata, en lo remoto, el cálido brillo de la arena, con oscuras siluetas humanas que la habitan por un tiempo, encontrándose con ese fluir húmedo que la empapa una y otra vez. En definitiva, todo el dinamismo de la bahía se congrega en su cámara.
Gabriela es una amante de lo celeste, de lo estelar. Sus tomas lunares nos acercan a los tonos, relieves y accidentes que caracterizan y embellecen a la radiante reina de la noche, pálida de día, en cada una de sus facetas y aspectos, acompañada de nubes o en solitario. Su influjo emocional es también captado por su lente. De la misma manera, en su ausencia, inmortaliza pequeñas ventanas del universo en medio de la oscuridad, tales como cometas, auroras boreales, galaxias y constelaciones. Es evidente que sus imágenes nos reafirman como especie finita ante tanta existencia, nos recuerdan que somos polvo de estrellas, parte de un solo ciclo, a la vez que destacan la inconmensurable estética implícita en la naturaleza.
Lo sagrado es otro de los temas que aborda en sus obras, ya sea a través de los imponentes templos de civilizaciones de extremo Oriente como Birmania, en el encanto espiritual y religioso de Turquía y Georgia, en elegantes aves volando en libertad mientras surcan nubosidades y colores en el aire, o bien en animales ancestrales y sabios como los elefantes. Cabe destacar que las fotos de arquitecturas neoclásicas mexicanas, al igual que los parajes gélidos de Islandia nos remiten a los mismos estados meditativos de paz y quietud. Por lo tanto, entre cielos de fuego, hielo y niebla la fotógrafa nos comparte fragmentos de la armonía universal.
Adriana Cantoral