Juan Ibarra


El escozor que nos transmite la propuesta de Juan Ibarra es equiparable al sentimiento de ver cortes y aberturas en la carne. No en vano, el pintor es un heredero de técnicas como el frottage o el grattage que dan a las telas una apariencia de envejecimiento. Inclusive, su obra es contigua a la tradición europea que enmarca el informalismo y el expresionismo abstractos. De tal manera, el artista pretende resaltar en sus cuadros el carácter desgastado de la pintura, así como toda la gama de texturas y relieves que, literalmente, se desprenden del lienzo. De alguna forma, sus piezas nos hablan de la desintegración pictórica que, no se agota en sí misma, sino que da pie a un proceso expuesto de cicatrización matérica. Por ende, sus creaciones representan a la materia en un estado crudo de cauterización y transformación.

Esa estética del deterioro es determinante para él, ya que exacerba lo resquebrajado de los materiales que utiliza para pintar. Y ello se debe a que resuelve sus composiciones de modo premeditado y, hasta cierto punto, se adelanta a concebir los estragos del tiempo en el ámbito de la plástica. Por eso, su arte descompone el color, las formas y los espacios, al igual que sus múltiples interrelaciones. Cabe mencionar que el autor trabaja por capas, tal cual sedimentos de formaciones rocosas, para después intercalar y mezclar en un solo plano el fondo con la superficie y viceversa. Además, sus obras son asiduas en geometrías y estructuras lineales expresionistas que potencian, aún más, el efecto visual de lo corroído, a la vez que conllevan una carga dramática inconmensurable.

En relación con los estratos de color que va aplicando Juan Ibarra, éstos hacen las veces de niveles superpuestos que cubren y descubren sustratos anteriores y posteriores. De tal suerte, el despintar y volver a pintar sus cuadros funge como un acto cromático sumamente bello, como una renovación constante de la piel. Y esa belleza radica en perderse entre lo más y lo menos deshecho de la pintura. Asimismo, la sensación tras observar las rasgadas incrementa la ansiedad por conocer lo que subyace, por penetrar con la mirada y llegar al último revestimiento de la pintura. Hay una fuerte inquietud por descarapelar el exterior del soporte y encontrar sus entrañas todavía vivas. Sin duda, nuestro creador es un esteta de las heridas abiertas de la materia, de las raspaduras que padece y de la pureza que permea en su interior.

Adriana Cantoral