Lourdes Rivera

Esbozos coloridos son las primeras abstracciones de Lourdes Rivera. En éstas, la pintora se interna en las reglas del color, en sus interacciones mutuas, así como en las leyes de la materia pictórica. De igual modo, observamos variaciones armónicas de un mismo tono, libertad para interpretar la realidad de una y mil maneras y una constante experimentación con la pintura y los materiales. En dichas obras sus blancos son densos, sus azules luminosos, sus morados atrevidos, sus grises tenues, sus amarillos apagados y sus rosas encendidos. En ese entonces de entre lo matérico querían surgir figuras, tales como personas, rostros, cuerpos, árboles, insectos…pero finalmente regresaban a aquello que las abstraía.
Con el paso del tiempo su capacidad de abstracción fue dejando atrás los bosquejos cargados de materia para dar pie a formas más elaboradas y reflexionadas. Por ejemplo, aglomeraciones puntillistas, espacios vacíos, escurrimientos controlados, trazos que propician texturas, a la vez que desafíos de luces y sombras. De hecho, la profundidad es relativa en sus lienzos, sin embargo conforman composiciones sumamente armónicas, pues hasta en sus colores más opacos encontramos luz. Por otro lado, la aspereza de la materia ha ido disminuyendo, no obstante sigue presente. Esa sequía que apreciábamos en sus cuadros nos hablaba de su expresividad más íntima, cargada de emociones y sentimientos puros y primarios. Por medio de ensayos, pruebas y errores, ahora se ha transformado en un abstraccionismo lúdico.
En sus piezas recientes se distinguen personajes, paisajes y fondos. Los primeros se nos presentan apenas detallados, desdibujados o impersonales; con siluetas y contornos en curiosas posturas o con atuendos estrafalarios. Los segundos se perciben como lugares pintorescos, pueblos con fachadas naif, con sus habitantes recluidos en casas y comercios, pero con la algarabía característica de las pequeñas provincias. Son notorias sus escaleras, sus antenas que simulan teclas de piano, su vegetación solitaria y en general el aire de simpatía que se respira. En otros de sus parajes las plantas se deslindan de las paletas grises para armar contrastes de formas y figuras en verdes, amarillos, naranjas, púrpuras y azules.
Existen también ciudades sobrias en su imaginario. Aquellas se erigen como fábricas de edificios con pequeñas y oscuras ventanas. La fuerza de su cemento restringe la luminosidad. Por otra parte, sus escenarios naturales se caracterizan por el dibujo y las perspectivas libres sobre elementos marinos, forestales y campestres. No cabe duda que cada uno de sus panoramas es peculiar, ya que posee una paleta única, asimismo intercala rasgos abstractos con figurativos, combina gran cantidad de colores matéricos y líneas con zonas monocromáticas y llanas y alterna los componentes humorísticos y fantásticos con los solemnes y neutrales. Es una creadora polifacética.
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Adriana Cantoral