Miguel Alarcón Molina. Entre rostros y mujeres

El pincelazo como recurso o pretexto está latente en una parte de la variada obra de Miguel Alarcón. El pintor manifiesta, a través de las marcas de los pinceles, que la pintura se ha apropiado de todo su ser. Su estilo abarca desde lo abstracto, naif, cubista, expresionista hasta lo figurativo. No obstante, en sus piezas, queda impresa su característica paleta. Sus colores son vibrantes, llamativos y destellantes. Él es un artista consciente de que nunca es igual la pintura preconcebida que la realizada, y justamente ahí radica lo genuino de su arte. Nuestro autor se decanta por dos temáticas principales; la desintegración del rostro humano y la sensualidad del cuerpo femenino.
En cuanto a la primera, pareciera que juega con los elementos de la cara, tales como, los ojos, la nariz y la boca. Los acomoda y los desordena a su libre albedrío… los asocia libremente configurando así, un espacio plural en el que conviven y se mezclan diversos visajes. A veces no se distinguen los unos de los otros. Aún más, el creador pretende homologar los rostros con máscaras. Aquellas que tapan o esconden los rasgos más distintivos del ser humano y que en sus cuadros se mimetizan con otros personajes, ya que son pintadas con las mismas tonalidades. Su propuesta alude a la búsqueda de la identidad singular en medio de los otros indiferenciados, ya sean reales, imaginarios o parcialmente alguno de los dos. Y esa alteridad, a su vez, implica una maraña de historias, padecimientos y pensamientos.
Por otro lado, los semblantes dibujados sobre la tela se nos presentan un tanto exagerados, distorsionados y dramatizados. Esa es una clara influencia de Picasso. Miguel Alarcón acentúa ciertos gestos y facciones para resaltar la conciencia corporal que palpita por el lienzo. No hay lugares en el cuadro que no contengan una mirada o una expresión humana, por ello su trabajo nos invita a reflexionar acerca de la percepción que tenemos del rostro, ya sea natural o detrás de una careta real o simbólica. Asimismo, lo anterior nos lleva a separar el concepto de individuo y de colectivo, aunque no siempre es claro dónde termina uno y comienza el otro. Sin duda, podemos observar un sinfín de cuestiones psicosocioantropológicas en sus creaciones.
Por último, el ámbito de lo femenino, en las obras de Miguel Alarcón, es una suerte de homenaje a la curvatura de su ser. Para él, la corporeidad de la mujer al descubierto es el máximo placer visual al cual se puede acceder. Suele plasmarlas disfrutando de una actividad íntima o mostrando alguno de sus atributos. Sus féminas dan la impresión de nunca terminar de desnudarse o de no poder ser desnudadas en totalidad por el hombre. Ese deseo viril queda impregnado en cada pincelada y en cada dinamismo cromático. En el realismo de sus pinturas, la carne de la hembra es habitada por el macho de una manera erótica.
Si bien, el pintor concibe a las mujeres como el desequilibrio perfecto que complementa el raciocinio pragmático del hombre. En sus piezas él se convierte en un cómplice del encanto de los senos, la cabellera, la cintura, la cadera, el vientre, etcétera. El sentimiento pasional que imprime en las protagonistas nos conmueve desde los trazos que describen la piel hasta las líneas, contornos y siluetas que detallan su armoniosa figura. En definitiva, su obra es una formulación pura de una estética femenina vista desde lo masculino.
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Adriana Cantoral