Rocío de Unanue Bonet

Con la fuerza que le confiere, la palabra expresionista describe el arte de Rocío de Unanue, el cual se manifiesta en la tela como una necesidad imperativa de liberar los más reservados sentires y lo más profuso del yo de la pintora. A la usanza y factura de dicha corriente europea, observamos auras melancólicas y nostálgicas en sus composiciones. Esos colores sobrios, elegantes, esas figuraciones que se volatilizan y confunden entre las gestualidades abstractas, nos adentran en estados de éxtasis, felicidad, gozo, tristeza, desesperanza, dolor y fastidio. Aunque la artista en esencia tiende a la figuración, durante el proceso plástico va plasmando una serie de sentimientos, emociones y remembranzas que terminan por abstraerse de manera natural sobre el lienzo. En ese sentido, transita de lo expresionista figurativo a la abstracción total con soltura, puesto que integra, con ayuda de diversas tonalidades, la figura difuminada con el fondo abstracto.
Esas pinceladas circulares, desdibujadas y borrosas le otorgan un carácter peculiar a sus cuadros, pues forman un conjunto abstracto de visajes, insinuados y etéreos, de la pintura misma que se pierden en la mirada entre movimientos de color; de negros a grises, de azules a blancos y de cafés a ocres. Ese pincel indefinido, poco nítido, diluye el dinamismo expresionista, pero permite que prevalezca un ritmo que lentamente va marcando y acentuando las piezas. Sin duda, Rocío traza la línea figurativa y la mancha abstracta por igual, es decir, con el mismo tratamiento pictórico. Inclusive, su ímpetu creativo y sensible hace que los contornos y siluetas se desvanezcan a tal grado de convertirse en abstracciones puras surrealistas. Podríamos decir que no hay rectas ni ángulos en sus obras, al contrario, solo improntas orgánicas que en armonía natural se mezclan y sobreponen en estelas de curvaturas, redondeos y sinuosidades.
En relación a sus series de mujeres, estas encierran en sus rostros emotividades casi sagradas, místicas y sublimes. Se tratan de madres, hijas, esposas y compañeras. En el oscuro silencio de sus pensamientos se recogen a la meditación, al lamento y la añoranza. Rocío nos induce en sus espacios y en sus tiempos. A veces arden en llamas de deseo, otras se disuelven en heladas atmósferas de sufrimiento, otras más se esconden y evaden de sí mismas y en ocasiones nos miran fijamente. Son de carne y hueso, expuestas tal cual son. Nos muestran su delicadeza y un erotismo muy íntimo por los cuales sueñan, sienten, gozan, ríen y lloran. Asimismo, representan las complejas expresiones crudas femeninas desde lo más recóndito de su interior y el universo inconsciente que las rodea. Si bien, hay una estética latente en su alma, a la vez que una belleza y sensualidad trascendidas por el halo misterioso.
Adriana Cantoral