Valeria Vázquez

La obra de Valeria Vázquez nos aparta del ruido visual, nos separa de esas
distracciones que vemos en las imágenes publicitarias, nos desvía de las
superficialidades que se muestran en muros y anuncios callejeros, nos aleja de
cualquier impresión que pueda causarnos un espectacular de la ciudad, asimismo,
nos libera de toda la información desechable que se despliega en pantallas y
dispositivos. Sin duda, ese imaginario acelerado y veloz encuentra una
contraparte, un aliciente, en las elaboradas piezas de la artista, pues estas fungen
como una pausa, un respiro para fluir con lo simple, disfrutar de la sencillez y
apreciar lo valioso de la vida. Además, nos hacen enfocar y llevar la mirada hacia
lo más relevante, lo más entrañable, lo más trascendental, lo más puro y lo más
recóndito de la realidad.
De alguna forma, la pintora nos cubre la vista con monocromías profundas, en las
que es posible vislumbrar un amplio espectro de tonalidades ocultas. A través de
sus cuadros nos enseña a ver más allá de lo superfluo. Gracias a las múltiples y
finas capas de pintura sobrepuestas es posible penetrar en el alma del lienzo. En
ese lugar virgen del que brota un color claro que deviene en sombra, del que
surge uno oscuro que acaece en luz y en donde a partir de la nada cromática se
origina un complejo colorido. En cuanto a las texturas de sus telas, estas son tan
sobrias como sus tonos. En ocasiones nos remontan a textos antiguos, apócrifos,
perdidos, ilegibles, indescifrables, escritos en lenguas muertas...misteriosos. Otras
más son grandes pedazos de lino natural que visten a las creaciones a manera de
abrazo espiritual. Además, aportan un rico relieve de líneas holgadas y curvas que
tensan y sueltan a la obra. La envuelven en un cierto misticismo blanco surcado
de grises gestualidades que se hunden una y otra vez.
En sus pinturas y cerámicas también pesa el valor del tiempo; lo inexorable de su
ser, lo efímero de su transcurrir, la fuerza de sus historias, a la vez que su
personalidad llena de estragos, experiencias, sabiduría, arrugas, grietas, roturas y
fragmentaciones, y, en especial, una paleta de colores envejecidos y neutros. De
tal modo, por medio de innumerables veladuras, accidentes pictóricos, así como
un trabajo arduo con el pincel, la espátula y varios materiales Valeria logra
transmitirnos la cruda esencia de lo temporal. Nos conecta con lo verdaderamente
importante de nuestra existencia. De igual forma, los paisajes, las memorias, el
pasado y los recuerdos se manifiestan en su arte como espacios borrosos,
repletos de trazos desdibujados, figuras insinuadas, atmósferas lejanas,
composiciones remotas y, sobre todo, se tratan de contundentes abstracciones
que penetran con intensidad al alma y remueven lo más hondo del espíritu.
Adriana Cantoral