Viridiana Bustos

La abstracción de Viridiana Bustos se mueve por entre magentas, carmesíes, añiles, ocres y neutros. De ese modo, inviste elegantemente a la obra con el esplendor del color. Éste, bajo esa armonía visual, parece flotar en distintas tonalidades, nadando así en una paleta balanceada. Cabe destacar que conserva ese realce especial que suele perderse en las abstracciones expresionistas, pues sus combinaciones son sentidas, intuitivas, pero a la vez pensadas. Por su parte, los trazos se caracterizan tanto por su holgura y vastedad cromática como por su celeridad y marcha tonal. Los instrumentos para pintar, ya sean de cuerdas o de metal, quedan inscritos a través de la música instintiva de relieves, texturas y accidentes de la tela. Asimismo, es posible rastrear en sus creaciones otros gestos, improntas y ademanes que van surgiendo de forma natural conforme se va abstrayendo la pintura.

Por otro lado, el carácter irregular de las manchas y los trazados, a veces geométricos, otras orgánicos, va de la mano con la gestualidad involuntaria y lo dinámico de las emociones de la artista. En ese sentido, en sus lienzos sobrevienen procesos tanto matéricos y pictóricos como espirituales e impalpables. Es decir, estos últimos son intangibles, etéreos, aunque se manifiestan en la pieza, están latentes en ella, ya que le brindan vida. Se perciben por una fuerte sensación de cromatismo libre, una serie de composiciones experimentales implícitas en las obras y una inspiración subliminal en la naturaleza, casi desapercibida. Por lo tanto, sus cuadros gozan de un alma creativa, imperceptible a primera vista, sin embargo, accesible para quien la admire atentamente desde su sensibilidad personal.

En cuanto a la representación de lo natural en su arte, apreciamos cómo se esconden en medio de vaivenes espontáneos de afiladas espátulas, finas brochas y delgados pinceles, infinitos azules de mar, inabarcables rojizos de atardeceres, así como ilimitados amarillos de paisajes costeros. Sin duda, todo ese dinamismo marino es velado por un rebelde expresionismo abstracto en el que las luces y las sombras existen con libre albedrío, al igual que las arriesgadas mezclas de colores. En definitiva, el movimiento puro, la pincelada emotiva y la traza sensitiva componen una sinfonía de abstracciones vivaces en las que la autora plasma con la cadencia de su cuerpo, mente y espíritu los estados de ánimo y sentires que le provocan su colorido entorno. En ocasiones se muestran agitados, precipitados y confusos, mientras que en otras fluyen como suaves brisas o mesurados oleajes. De cualquier manera, la densidad pictórica es el pulso persistente de sus piezas.

Adriana Cantoral